Un soldado malherido, el cabo John McBurney (Colin Farrell), espera resignado que el ejército enemigo lo haga prisionero y cancele su futuro. Corren los días de la Guerra de Secesión en Estados Unidos y él, perteneciente al bando de la Unión, se encuentra en tierra de los Confederados, del Sur. Pero es una niña de 11 años, la señorita Amy (Oona Laurence), quien lo encuentra, se apiada de él, lo ayuda y ofrece refugio en el internado en que reside. Son días de vacaciones, por lo que la mayoría de las chicas que suelen vivir ahí se han ido a sus casas. Los esclavos han aprovechado la guerra para huir. En la casa solo quedan la directora, Martha (Nicole Kidman), su asistente Edwina (Kirsten Dunst), y un grupo de jóvenes estudiantes, siendo la más grande Alicia (Elle Fanning), a punto de trascender la adolescencia. La presencia de McBurney conmociona el ambiente al interior de la propiedad: en primer lugar porque, siendo hombre, su presencia puede resultar amenazante para ellas; en segundo, porque siendo parte del bando contrario (del Norte) puede atraer la presencia de las tropas a las que pertenece (siendo el peligro aún mayor) o, incluso, provocarles un conflicto con su ejército por ayudar a un rival; pero, por encima de todo porque, eh, siendo hombre y llevando ellas tanto tiempo sin tener proximidad con alguno, su figura alborota la mente y los cuerpos de todas las habitantes del internado, hasta de las más pequeñas lo cual, es evidente, representa la mayor amenaza, particularmente debido a las rivalidades que entre ellas generará por ganar su atención. Por otro lado, el dilema moral que les presenta (particularmente a la responsable, Martha) la decisión sobre si deben entregarlo al ejército confederado o permitirle permanecer con ellas mientras, además, curan sus heridas y lo auxilian en su recuperación, complejiza la toma de decisiones. La compasión cristiana de las damas –uno de los valores fundamentales que inculcan en la casa- es puesta a prueba, al máximo. Entre la demonstración piadosa a la que someten al espíritu, el motín hormonal con que sus cuerpos las atolondran y los residuos de racionalidad que después de lo anterior sobreviven en sus cabezas, se juega tanto la suerte como los deseos de McBurney, pero también de todas las mujeres que de una u otra forma lo rodean.
AFD
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