Como dejó en claro Béla Tarr, el maestro húngaro del cine, un verdadero autor cinematográfico es aquel de quien es necesario ver únicamente un cuadro (frame) dentro de un filme para reconocer su autoría. Bruno Dumont, incuestionablemente, es un autor, y de los más talentosos trabajando en la actualidad. La Francia rural, la jodidez extrema, protagonistas a los que les sobra ese preciado bien que a la mayoría nos escasea, el tiempo, rostros cuya sola expresión cuenta peculiares historias y una notoria naturalidad para la violencia, son elementos idiosincrásicos de su estilo, además, minimalista.
En Hors Satan parece llevar al extremo su sello, contando con su habitual paciencia la historia de dos enigmáticos personajes. Bueno, más que contar la historia, observa detenidamente sus rostros, cada mueca, cada mirada fija, cada silencio provocador, que representan la totalidad de su explicación psicológica respecto a la posible interpretación de sus actos; y cada sonido, al que deliberadamente dota de un acento especial. Él, un vagabundo, actúa como una especie de Jesucristo retorcido que, tanto efectúa algo similar a los milagros, como comete atrocidades. Ella, hipnotizada por él, lo sigue, lo aprecia, lo intenta seducir en vano, y le debe, literalmente, la vida. Parece como si Dumont estuviera haciendo un guiño de perversa espiritualidad al Ordet de Dreyer. ¿Qué es el bien, qué es el mal? ¿Pueden ser lo mismo, al mismo tiempo? Muy poco sucede en Fuera de Satán y, dentro de eso poco, casi todo tiene que ver con la muerte. O con la falta de vida.
AFD (@SirPon)