“Me estoy riendo pero no es chistoso”, pinta Oliver (McGregor) en un anuncio panorámico, en medio de la noche californiana, para impresionar a la hermosísima y nómada actriz, con base en Nueva York, Anna (Laurent). Quién sabe si sea este detalle o la manera en la que se conocen (en una fiesta de disfraces, él es Freud y ella finge ser su paciente. Se comunican a través de una libreta porque ella está enferma de la garganta y no pueden hablar) o la falsa inocencia con la que todo comienza o la relación difícil que ambos conservan con sus respectivos padres, pero algo pega y se enamoran. De igual manera, quién sabe si sea esa frase que Oliver pinta en el panorámico o su excesiva autoconciencia o su perro Arthur que se comunica a través de subtítulos, que él escucha pero nosotros vemos, o la absurda pero plausible situación de tener un papá que a los 74 años, meses después del fallecimiento de su esposa, sale del closet, o alguno de esa larguísima cadena de chistes, pero algo en Así se siente el amor te hace reír, aunque no todo.

La película se centra en Oliver y la aversión al compromiso que a sus treinta y tantos ha desarrollado. Con una visión marcadamente psicológica, la historia explica este miedo a través de la relación de sus padres, con flashbacks al pasado reciente –en vísperas de la muerte de su padre cuando el anciano ya ha declarado su posición sexual e intenta recuperar el tiempo perdido asumiendo una postura política activa, haciendo fiestas en su casa, teniendo un novio más joven– y al pasado lejano –cuando era un niño y observaba con tristeza la furiosa pasividad con la que transcurría la vida de su madre que esperaba, cada día más enojada, la atención de su esposo.

Dándole la vuelta al lugar común del conflicto que tienen los padres para aceptar a sus hijos homosexuales al momento en el que se enteran de que lo son, a Oliver, el hijo, le cuesta asumir la postura sexual de su padre. En lugar de manifestarlo, adopta la misma quietud agresiva que heredó de su madre. Sabe que tiene que aceptarlo, pero tiene un montón de preguntas que ni siquiera puede formularse a sí mismo. Su escapatoria es su profesión. Es un artista gráfico y desarrolla una “historia de la tristeza” que nadie parece apreciar, ni comprender.

Aunque la historia no es nada tersa, el director Mike Mills se las arregla para contarla con tanta dulzura, originalidad y personalidad, que todo el tiempo deja entrever que las cosas podrían salir mejor, aunque quién sabe cuándo. Mills es un artista que durante años ha desarrollado un estilo visual nostálgico, tierno, con un sentido del humor autodenigrante pero esperanzador, lleno de detalles simpáticos que hacen que su trabajo se distinga. Aquí, por ejemplo, ordena los flashbackscon cortinillas de panorámicas para ilustrar un periodo que se explica con voz en off: “así se veían las estrellas en 1983, así era el presidente, y San Francisco, etc.”

No debería escribir lo que sigue porque podría parecer una flor a la traducción que la distribuidora dio al título deBeginners y bajo ninguna circunstancia lo es, pero quizás cuando en esos momentos en los que el mundo se nos viene encima y no le encontramos sentido a nuestro día a día, cuando sentimos que nuestro pasado nos ha jorobado la existencia, cuando decidimos, en lugar de encerrarnos en un cuarto a gritar lo más fuerte que podamos, buscar la felicidad que ofrece una flor, quizás así de simple y bello se sienta el amor.