Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)
Era casi inevitable que las películas mexicanas que, en últimos tiempos, trascendieran fronteras nacionales en el circuito del cine de autor tuvieran como médula la violencia. Miss Bala –que participó en Un Certain Regard del Festival de Cannes el año pasado y lanzó a su director, Gerardo Naranjo, quien ahora dirigirá una serie en Hollywood, a los reflectores de mayor voltaje– cuenta la historia de una mujer inocente y su degradación en todos los sentidos, al sumergirse en el mundo del narcotráfico al norte de México.Después de Lucía –que participó y ganó el premio máximo de Un Certain Regard este año– es también la historia de una mujer, una adolescente, que es despojada de toda dignidad después de perder a su madre y ser víctima del bullying en la escuela. La violencia de una sociedad desemboca en el sometimiento de dos mujeres.
Michel Franco lo aborda a partir del luto. Encuentra los puntos de contacto entre esa pérdida y el bullying: se trata en ambos casos de un naufragio. La comparación no es azarosa. El mar es un motivo en la película. Alejandra (Ia) es de Puerto Vallarta, nada y surfea, además de ir a la escuela y llevar una vida 'normal' rodeada de sus amigos. Después de la muerte de su madre se va con su padre a vivir al D.F. Es guapa, tiene facilidad para hablar y rápidamente hace amigos. Es cuidadosa; nunca les dice que su madre acaba de morir. Usa la vieja y nada efectiva estrategia de esforzarse por estar bien fingiendo estar bien. Su padre hace lo propio. Mientras se sumerge en una depresión, contesta que está 'bien' cada vez que su hija pregunta. Y viceversa. Lo que resulta es un absoluto vacío comunicativo.
Poco a poco, con mucha paciencia y cuidado, Franco inserta uno a uno los temas y detalles que permitirán que la película avance con naturalidad. No vemos ya los traspiés en el ritmo de Daniel y Ana (2009), su ópera prima, tampoco lo acartonado de las actuaciones. Después de Lucía fluye sin tener que dar demasiadas explicaciones. El luto funda el tono de la película y así entendemos que Alejandra tenga predisposición para la victimización.
El hecho que desata que se vuelva un foco para la burla y agresión de sus compañeros sucede durante un fin de semana en Valle de Bravo, en casa de uno de sus nuevos amigos. Viajan cinco, tres mujeres y dos hombres. Alejandra, a quien en el esquema original no le correspondía pareja, tiene sexo, estando borracha, con uno de sus compañeros (el dueño de la casa), con quien otra de sus amigas buscaba tener ondas; él graba el encuentro con un celular y el video se propaga por toda la escuela. Nunca sabemos quién lo envía. El dueño del dispositivo alega que le fue robado. Este nudo narrativo permite explorar varios temas. Primero, el de las drogas y el alcohol, tan presentes e importantes en nuestra cultura para socializar. Segundo, el de la tecnología y su relación con la noción de privacidad entre los jóvenes que han convivido con redes sociales y celulares con cámaras desde muy niños. Tercero, la brecha que existe entre la forma en que las mujeres jóvenes perciben y viven el sexo, y la del resto de la sociedad en conjunto. Rápidamente, aunque Alejandra nunca da motivos para que pensemos que se arrepiente de sus actos –"estaba peda" es su explicación– se gana el mote de 'puta'.
Lo que sigue es esa caída dolorosísima de ver: un grupo alentado por ser mayoría descarga todo su coraje y frustraciones en un ser humano que, para ellos, ha dejado de serlo. Franco retrata un mundo eminentemente juvenil. La cámara fija nos permite ver sus conversaciones desde muy cerca, también sus comportamientos, escuchar cómo hablan y qué hace reír a esos seres que son los adolescentes que, aunque forman parte de la vida, parecen habitar una burbuja hormonal. Sus comportamientos son sumamente territoriales. El nuevo es casi un extraño que, solo por serlo, es más vulnerable. En esta posición de inferioridad, Alejandra se convierte en blanco de burlas y humillaciones, y cualquiera que se atreva a ponerse de su lado, corre el peligro de reducir su estatus y convertirse en enemigo de la horda. Así, Alejandra permanece en absoluta soledad e indefensión.
La actuación de Tessa Ía es destacable. Franco invitó a sus amigos a interpretar a los amigos de su personaje para añadirle verosimilitud. Funcionó. El filme nos permite regresar a esa etapa que muchos desterramos de la memoria. Los adultos están prácticamente ausentes dentro de su mundo. Hasta que todo se sale de control. Incluso, un tanto, la película. Después de que Alejandra huye en un escape a la Durmiendo con el enemigo (1991), parece haber muerto y quizá realmente lo está. Los detalles de esta huida son desaforados.
A partir de este momento, la película se convierte en después de Alejandra para concentrarse en el papá. La primera ausencia lo había sumergido en una depresión al punto de solo querer dormir, no importarle su trabajo, no tener las fuerzas suficientes para realmente cuidar el alma de su hija –a pesar de que se llevan muy bien y de que se quieren. En un momento, antes de que se desate la vorágine, tiene un incidente que deja ver su estado de una susceptibilidad casi intolerable: un taxista citadino se le cierra agresivamente, casi causando un accidente. Él, que no ha dado indicios de ser un hombre violento, sale desquiciado de su auto, dispuesto a golpearlo, y lo hace. Este gesto permite ver toda la ira y frustración que el padre guarda, en gran parte, por no contagiar a la hija, en otra, por vivir en una ciudad como México en la que muchos de los conductores están dispuestos a agredir a los otros. Además, trae al presente el incidente automovilístico que le quitó la vida a su esposa.
La segunda ausencia acaba por sacarlo de este mundo y desequilibrarlo por completo. La desaparición de su hija lo enfrenta a un cuerpo de padres de familia que no están dispuestos a desproteger a sus hijos, aun sabiendo que han incurrido en un mal. Él, tal como su hija lo estuvo, está totalmente solo. No tiene mucho por qué vivir. Entonces, vemos cómo, casi en absoluto silencio, se fragua una tercera tragedia, que quizá (eso ya no lo vemos en pantalla) desemboque en una cuarta, luego una quinta, como una infinita cadena de fichas de dominó que caen por el peso de las otras.