La clase media alta de Nueva York ofrece, como lo ha demostrado Woody Allen en buena parte de su filmografía, un catálogo de elementos para confeccionar una comedia inteligente, ágil y áspera sobre el comportamiento narcisista, obsesivo e inseguro que adoptan los habitantes de la Costa Este cuando se encuentran inmiscuidos en una relación amorosa. En El plan de Maggie (Maggie’s Plan, 2015), la cineasta estadounidense, Rebecca Miller (The Ballad of Jack and Rose, 2005), adopta un tono de burla para ofrecer una rebanada irreverente sobre los intelectuales neoyorquinos obsesionados con la creación literaria, el estudio de las teorías del postestructuralismo, el mercado del arte, la antropología, la obra de Slavoj Žižek y la educación universitaria, pero que al mismo tiempo se consumen en sus propias manías, miedos y egoísmos referentes al enamoramiento, el noviazgo, el amor y el matrimonio.
Basado en varios capítulos de una novela inédita escrita por Karen Rinaldi –amiga de la directora–, el filme se centra en Maggie (Greta Gerwig), una profesora universitaria de carácter neurótico y obsesionada con el orden que decide estar lista para tener un bebé, a pesar de no tener una pareja. Su mejor amigo (Bill Hader) le pide reconsiderar esta idea, pero ella está desesperada por convertirse en madre y está dispuesta a aceptar la donación del esperma de un antiguo compañero de clase. Cuando está a punto de llevarse a cabo la inseminación artificial, su vida sufre un giro radical y por lo tanto el plan también se ve alterado: Maggie se enamora de John (Ethan Hawke), un apuesto profesor de antropología y aspirante a escritor que vive agobiado al lado de su esposa Georgette (Julianne Moore), una intelectual danesa sumamente respetada y reconocida en la Universidad de Columbia.
Maggie debe decidir si continuar con su proyecto de vida o entregarse a la posibilidad de ofrecer amor y sentirse amada. Bien podría ceder a la segunda opción y vivir feliz para siempre, pero la directora no es condescendiente y decide colocar a sus personajes tres años después para rápidamente conocer la nueva situación de la protagonista. Este salto temporal le permite a Miller dividir el filme en dos partes. En la primera, la directora invierte –perspicaz y pacientemente– 30 minutos para que el espectador conozca a los personajes y las dinámicas de amistad, amor, fidelidad y traición que se tejen entre ellos. En la segunda, Miller adopta un enfoque intimista para mostrar la disfuncionalidad familiar recurriendo al personaje de Maggie como el anclaje de la historia. Una vez que han transcurrido los tres años, Maggie ha llegado a un punto en el que se encuentra menos satisfecha de lo que pensaba. El amor le ha demostrado ser una lucha constante de egos, discusiones, tedio y nuevas responsabilidades, mientras que el matrimonio es un carro tirado por caballos en diversas direcciones. La protagonista se ve orillada a crear un nuevo y urgente plan para poner las cosas en su lugar, pero para ello necesita la ayuda de la exmujer de su pareja actual.
Greta Gerwig logra otorgarle una variante más compleja a la mujer agradable y divertida que había interpretado en el universo de Noah Baumbach. Ya no es la joven desorientada y optimista de Frances Ha (2012); tampoco la irreverente e impetuosa treintañera de Mistress America (2015); ahora, al ser la responsable de llevar las riendas de esta aventura y aludiendo al título del filme, es una mujer ordenada y planificadora que pretende cumplir sus deseos personales y profesionales. Pero su manía por el control se desborda y rápidamente le da la espalda para dirigirse contra ella. Por primera vez, Maggie tiene que gestionar de la mejor manera posible el impacto que tiene en su vida el comportamiento irresponsable de los demás. A pesar del toque ligero con el que hace frente a las adversidades, Maggie supera con creces el estereotipo de la mujer retratada en la comedia romántica; ella utiliza el sentido común y está dispuesta a hacer lo correcto siempre siguiendo sus motivaciones éticas, aunque esto implique dejar a un lado el ideal del amor eterno. En cuanto a los personajes secundarios, Ethan Hawke recupera mucho del egoísmo y la neurosis de Jesse –el personaje de la trilogía Antes de… de Richard Linklater– para darle vida a un hombre desmotivado por estar en una constante lucha de egos con su exitosa esposa y que se aprovecha de Maggie para utilizarla como su nueva musa y así poder escribir su ansiada novela; Julianne Moore le otorga un semblante rígido y un acento áspero al personaje de Georgette para intimidar a los demás y construir uno que otro obstáculo para ver caer a los demás; y finalmente Maya Rudolph y Bill Hader, al ser una pareja de misántropos peleados contra todo el mundo, proporcionan efectivas bromas crueles debido a que ellos mismos saben que son particularmente inútiles al momento de darle consejos a Maggie.
A pesar de su formación literaria, Rebecca –hija del dramaturgo estadounidense, Arthur Miller, y la fotógrafa de origen austriaco, Inge Morath– llegó al mundo de la cinematografía por medio de la pintura, el videoarte y un breve período como actriz. Estudió arte en la Universidad de Yale y trató de ganarse la vida como pintora antes de concluir que “realmente se necesita conocer gente, interactuar con las personas y tener algún tipo de vida en el exterior para llevar a cabo cualquier actividad artística”. De esta manera, el quehacer cinematográfico fue la estrategia para sentirse en contacto con otros seres humanos. Si en su primera novela y filme anterior, Las vidas privadas de Pippa Lee, Miller se centraba en una mujer que se refugia bajo la sombra de un marido brillante, ahora, en El plan de Maggie, ofrece una perspectiva sobre los vínculos humanos del siglo XXI, específicamente cuando se trata de la toma de decisiones que muchas mujeres enfrentan hoy en día: la forma en la que quieren tener hijos, vivir su sexualidad, llevar una vida profesional, no tener parejas o sí tenerlas. Todo ello sumado a los malabares que deben ejecutar debido a las exigencias de sus círculos sociales y familiares, y cómo afrontar la crianza de los niños o la intrusión de los excónyuges.
Con guiños a los artificios implementados por William Shakespeare (específicamente en El sueño de una noche de verano) y la capa de alegría con la que Miller construye este microcosmos de los narcisistas obsesionados con sus triunfos y conocimientos, el relato sugiere, aunque brevemente, una puerta hacia la tragedia, hacia la neurosis. Miller adopta los mecanismos del dramaturgo inglés para evidenciar que su comedia posee un hilo serio con un fondo trágico. La vida no es todo pesimismo, pero tampoco un absoluto deleite; la nube gris oscurece al sol, pero éste ilumina a la nube, al menos en los bordes. De alguna manera, una de las crueles moralejas de la película es que el amor no se trata de “con quién deseas pasar el resto de tu vida”, sino averiguar “con quién no podrás pasar el resto de tu vida”. En última instancia, El plan de Maggie es una reflexión sobre cómo comportarse cuando todas las apuestas están perdidas, cuando todas las posibilidades se han extinguido. Sobre lo que implica ser una mujer en la actualidad; los miedos y las complicaciones al respecto. Las tradiciones y las costumbres se están rompiendo, hay muchas maneras de vivir una vida, pero esa apertura conlleva una serie de confusiones y responsabilidades. El filme exhibe una sensibilidad contemporánea en cuanto a la exploración de la complejidad de las dinámicas afectivas, aunque sin arriesgarse a desmantelar los valores familiares para examinarlos detalladamente. Por fortuna, la ligereza en el tratamiento de cada una de las situaciones permite que los personajes no sucumban al melodrama ni a la tragedia, y tal vez ahí radica el mayor acierto de la película: la capacidad de mezclar el enfoque crítico con la sutileza y la suavidad para retratar las malas elecciones de los personajes, quienes deben vencer la insatisfacción latente que conlleva el recuerdo amoroso.