4 de septiembre de 1934
Praga, Republica Checa
Jan Svankmajer: la invocación de lo maravilloso en imágenes
Por A. G.
Para mí, los objetos siempre están más vivos que las personas,
porque perduran más y son más expresivos.
Jan Svankmajer
Se dice que uno de los saberes más asombrosos de los alquimistas —y también de todo mago, chamán o hechicero que se respete— era su capacidad de dar vida a objetos inanimados. Así, los animadores son los magos del cine, la misma palabra ya posee una cualidad casi sobrenatural: tienen el poder de conferir el soplo vital (ánemos, en griego) a sus creaciones, y lo hacen mediante intrincados procedimientos y fórmulas maravillosas no conocidos al común de los mortales.
¿Y qué ocurre cuando un animador decide hacer de su obra un abierto fresco alquímico, repleto de símbolos arcanos? Bienvenidos al universo de Jan Svankmajer, cineasta, ceramista, escultor, diseñador, ilustrador y poeta checo nacido en 1934, realizador de cinco largometrajes y más de treinta cortos que mezclan la animación cuadro por cuadro con actores humanos, y que representan una de las obras cinematográficas más originales de la historia.
Inclasificable, Svankmajer no se parece a nadie; más que continuar la brillante tradición del teatro checo de marionetas (en el que trabajó) o el cine fantástico (ni siquiera el de animación) abreva en las aguas de Rimbaud, Buñuel, Dalí, Arcimboldo y Lautréamont, y a continuación las trasmuta en imágenes insólitas, que apelan, como las de los artistas antes citados, al nivel más profundo de la psique del espectador.
De esta manera, a Svankmajer lo que más le interesa no es contar una historia, sino que su trabajo contribuya a “la transformación de la vida”. En las propias palabras de este genial alquimista de la imagen, el objetivo primordial de su obra es “la liberación de nuestros demonios interiores y exteriores, que son los que nos hacen sufrir. Ahí veo el cometido de toda verdadera obra artística. Si creemos que el arte todavía tiene sentido, éste no debería consistir en hacernos mejores personas, ni en vivir simplemente una experiencia estética, sino precisamente en liberarnos. Para que esto sea posible, el arte tiene que ser capaz, en primer lugar, de liberar a su propio autor. Es decir, toda auténtica obra de arte debe ser también una autoterapia”.
Las referencias esotéricas dentro de la obra de Svankmajer no son gratuitas. Praga, su ciudad natal, es la gran capital del saber hermético europeo, y el mismo realizador, gran conocedor de estos temas, ha establecido que las claves para interpretar sus filmes son la alquimia y la magia. Su película Fausto (1994) contiene una invocación diabólica auténtica, extraída del libro de Cornelius Agrippa, De magia naturalis (1558). Asimismo, Svankmajer ha relatado que cuando era estudiante decidió hacer un pacto con el mismísimo Mefistófeles. En compañía de un amigo, se dirigió al campo, gritando y corriendo de un lado a otro para invocar al personaje, pero sin utilizar ningún tipo de ritual. Al no obtener resultados, los jóvenes tomaron un descanso… entonces empezó a soplar un fuerte viento. Un auto negro que pasaba muy lentamente por la carretera se paró delante de ellos y abrió la puerta, como si los invitara a entrar. Aterrados, los dos amigos no pudieron ni levantarse. Poco después, la puerta se cerró y el auto arrancó. Svankmajer asegura que “no tuvimos la menor duda de que en su interior se encontraba Mefisto”.
Así, nada es imposible en los filmes de Svankmajer; mezcla el humor negro y la sátira con el misterio, el erotismo y el horror. Heteróclitos objetos de uso cotidiano —mismos que el cineasta encuentra y rescata de anticuarios—, junto con creaciones mezcla de materiales orgánicos y artificiales que parecen salidos directamente de un cuadro de El Bosco, se transforman en personajes con carácter propio. Incluso llega a animar el cuerpo de actores de carne y hueso para conseguir un efecto sumamente original.
Para Svankmajer, los objetos son muy importantes, pero no tanto por su valor intrínseco, sino por la forma en que nosotros mismos les conferimos un significado especial, al proyectar sobre ellos partes de nuestras emociones, a veces incluso de manera subconsciente. La pasión de Svankmajer por las “cosas” le ha llevado a inventar y diseñar objetos surrealistas de misterioso uso y series enteras de dispositivos que pueden mezclar partes orgánicas con partes mecánicas, como su célebre colección de maquinas masturbatorias o sus alteraciones de objetos de uso diario con delirantes variaciones táctiles.
Más allá de su aparente excentricidad, esta postura artística conlleva una tesis filosófica muy interesante: se puede afirmar que, en realidad, todos nosotros somos animadores de objetos. La manera en la que un juguete, una prenda de vestir, un mueble o un utensilio puede sacudir nuestra memoria y evocar todo tipo de emociones constituye en sí un verdadero acto de creación mágica, más fascinante por cotidiana y recurrente. Todos nosotros, desde la niñez más temprana, somos también alquimistas: trasmitimos alma a lo inanimado. Al hacer explícito este acto en su obra, Jan Svankmajer nos recuerda que la verdadera poesía, como lo sabían los surrealistas, está presente todos los días de nuestra vida, escondida dentro de los actos más insignificantes.