Por Christian Bermejo (@bermejo)
Japón es un país que ha aportado importantes capítulos a la historia de la animación, ilustración y arte en movimiento. Hoy cuenta con una industria envidiable que no solo ha encontrado fórmulas para producir animación al ritmo de la demanda de las audiencias, también es una industria que es fuente de inspiración para el mundo de la animación con su inconfundible estilo, innovaciones tecnológicas y audacia para explorar temas ignorados por el mainstream.
Con una gran tradición de ilustradores y el manga (cómic), la llegada de películas animadas a Japón causó gran furor entre los artistas que empezaron a experimentar con diferentes técnicas alrededor de 1910. En 1917 se estrena en teatros el corto animado considerado como el primer anime de la historia, “Imokawa Mukuzo Genkanban no Maki” (Mukozo Imokawa: el bedel) de Ōten Shimokawa. El corto originalmente utilizó dibujos sobre un pizarrón, animados cuadro por cuadro, pero complicaciones técnicas llevaron a Shimokawa a pintar directamente sobre el celuloide. Ese mismo año se hicieron otros dos cortos animados: “La batalla del mono y el cangrejo” de Seitaro Kitayama y “La nueva espada de Hanahekania” de Jun-Ichi Kouchi. Estos artistas son los pioneros de la animación japonesa independiente y prestaron su talento para la naciente industria.
En 1921 Seitaro Kitayama funda el primer estudio de animación en Japón: Kitayama Eiga Seisakujo (la fábrica de cine de Kitayama). Los clientes y el giro de la empresa fueron fundamentalmente la animación corporativa, educativa y gubernamental. Sin embargo, mucho del esfuerzo los primeros animadores japoneses fue literalmente destruido con el gran terremoto de Kantō en septiembre de 1923. Además de la devastadora destrucción a causa del temblor, hubo grandes incendios que destruyeron casi en su totalidad todo rasgo de los primeros trabajos animados, y peor, muchos animadores desaparecieron de la industria junto con los primeros estudios. De las cenizas, los artistas japoneses tuvieron que reconstruir su industria y es por ello que 1923 marcó la destrucción y el renacimiento para la animación japonesa
No tardarían mucho en recuperarse, y nuevos estudios comenzaron a surgir a finales de los años veinte. La llegada de la tecnología de acetatos para hacer animación incrementó la actividad y permitió a los estudios competir en los mercados internacionales así como comenzar la industrialización de la animación para poder producir animación en menor tiempo. También utilizaron técnicas como los recortes de papel que popularizó el animador Noburo Ofuji en esta época. Desde estos tiempos se ve la gran fascinación por rendir tributo a fábulas, pasajes históricos y mitología oriental como tendencia de la temática del anime.
Todo esto sucede mientras Hollywood empieza a experimentar con stop motion en la pantalla grande, un tal Walt Disney comienza sus nuevos estudios y Europa busca aterrizar su excelente calidad de animación en procesos más accesibles. La carrera en este punto ha comenzado y con todo y la gran desventaja de los desastres consecuencia de un terremoto, Japón poco a poco comenzaría a posicionarse como uno de los gigantes del oriente y del mundo de la animación.