La frase con la que abre el filme resulta intrigante: “Y descendieron sobre la tierra para reforzar sus filas.” Inmediatamente después vemos a tres hombres –entre ellos, un cura– que, con armas y un feroz perro, comienzan una búsqueda por el bosque con la intención de aniquilar a Borgman (Jan Bijvoet), un vagabundo que vive debajo de la tierra. Hábilmente, el trotamundos escapa recorriendo una especie de laberinto subterráneo y da aviso a sus secuaces, Ludwig (Alex van Warmerdam) y Pascal (Tom Dewispelaere), para que hagan lo mismo. Al llegar a una zona urbana –que se encuentra al lado del bosque–, Borgman irrumpe en una casa de clase alta para pedir permiso y poder ducharse. Aunque al principio es rechazado por el jefe de familia (Richard), su esposa (Marina) se interesa en la figura enigmática de este “predicador”; un hombre delgado, semiesquelético, de larga y canosa barba. Borgman se gana la simpatía de ella, de los niños y de la niñera, y pronto, con la ayuda de sus seguidores, comenzará la reestructura de una familia agobiada por los conflictos del mundo moderno occidental. El realizador holandés, Alex van Warmerdam propone un relato crítico sobre las comodidades de la clase burguesa europea, y cómo ésta colapsa cuando entra en contacto con seres amorales que son mitad ángeles, mitad diablos, capaces de hacer el bien y el mal al mismo tiempo, y que sirven como reflejo de la decadencia social. Borgam se erige como una especie de demiurgo que busca –mediante el uso de la violencia– limpiar el mundo de injusticias, banalidades y placeres que ofrece la vida.
LFG (@luisfer_crimi)
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