Ve aquí nuestra Entrevista con Clauida Sainte-Luce (La caja vacía)
En un humilde poblado rural del estado de Veracruz vive Neimar (Diego Armando Lara Lagunes -se ve que a los padres les gusta el fut), un vivaracho niño de 10 años, con su madre (Lizbeth Nolasco Hernández), sin demasiada noción de quién es su padre (salvo un momento en el que lo ve jugar una cascarita en la calle, y parece no importarle -es mutua la indiferencia), convive cotidianamente con Demi (Michelle Guevara González), una niña con la que ocupa el tiempo oscilando entre los juegos y los pleitos infantiles; pero, sobre todo, se vincula con su abuela (Margarita Guevara González), una mujer ya en edad muy avanzada y de trato adusto, pero que en su personal modo le demuestra amor e interés a Neimar, de esos que nutren particularmente los corazones de los niños. Neimar, con Demi y otros seis chiquillos, también asiste religiosamente (valga la expresión) a sus clases de catecismo, pues en poco tiempo todos, en conjunto (aunque cada uno en su fuero individual), recibirán su Primera Comunión, el pacto definitivo que los católicos establecen con Dios. Además, Neimar consume sus días disfrutando la cercanía de los animales que deambulan cerca de su casa, particularmente de los caballos, por quienes siente un particular cariño. Ser parte de las carreras que se organizan frecuentemente en la localidad (con apuestas incluidas, y el sentido que la ganancia -o pérdida- de dinero fácil, puede tener en un niño), es una de sus auténticas pasiones. Pero, de pronto, la vida y el destino se confabulan para, en unos pocos días, fracturar la carátula de apacibilidad y ventura que, más allá de cualquier posible carencia, parecía tener la existencia de Neimar. ¿Será que una playera de la selección brasileña, pese a que al chamaco no le gusta el futbol (tal vez por relacionarlo con su jefe), pueda servir de bálsamo verdeamarillo? ¿El Dios que está por recibir, lo escuchará, lo ayudará?
Normalmente los filmes del subgénero conocido como coming of age (en los que, mediante algún aprendizaje o golpe de timón de la vida y sus destinos, el protagonista de forma generalmente involuntaria accede a la madurez), presentan a personajes ya sea cruzando el umbral de la adolescencia, o saliendo de ella. En El reino de Dios, de la talentosa directora mexicana, Claudia Sainte-Luce (Los insólitos peces gatos), el proceso ocurre de forma temprana, casi prematura, al personaje de Neimar. De un momento a otro, su vida, sencilla, sin demasiados aspavientos cotidianos, sufre una serie de turbulencias de las que, eso, cancelan la inocencia, al menos en su versión más pura, y obligan incluso a personas que han vivido tan poco a plantearse cuestionamientos sobre lo que son, en dónde están parados, sin tener aún las herramientas vivenciales para poder asimilarlos y, mucho menos, encauzarlos. Al menos no en ese momento. Sainte-Luce tiene la sensibilidad -no exenta de ternura- para, a partir de unas cuantas pinceladas, dejar planteado un microcosmos y una personalidad bien definida. Acaso se extrañe lo que, en esa zon del país, sabemos que es parte de su cotidianeidad: el miedo a la violencia de los grupos criminales que tienen secuestrada buena parte del país. Es una decisión de la directora, quizá para no contaminar más ese pequeño mundo en el que, de cualquier manera, pronto se tiene que empezar a lidiar con el sentido de la pérdida (acaso también con el de la esperanza). Con o sin la ayuda de Dios. Al menos hasta donde él, entonces, alcanza a ver.
A partir del jueves 10 de octubre de 2024 en Cineteca Nacional