En Gujarati, una provincia rural de India, vive Samay (Bhavin Rabari), un niño de 9 años, con sus padres y hermanita. El papá, pese a pertenecer a una de las castas superiores de la estricta división jerárquica del país, se dedica a vender té en la estación de tren del pueblo; es decir, un hombre pobre, cabeza de una familia pobre. Un día decide llevar a los suyos al cine y la iniciación de Samay al acto de ser expuesto a historias proyectadas en una pantalla gigante, en compañía de muchas otras personas, en la oscuridad, lo deja apabullado. Una de esas experiencias que marcan de por vida. Desde ese momento, para él no existe otra cosa más allá del cine. Bueno, sí, la luz, pero precisamente a partir de la relación indisoluble que tiene con el cine. “Con la luz surgen las historias, y con las historias surgen las películas”, en algún momento se comenta en el filme. Entonces Samay comienza a irse de pinta de la escuela para asistir a la sala de cine (pese a que queda a varias horas de su casa), y como no tiene dinero para pagar la entrada, sencillamente se cuela…hasta que lo descubren. Entonces es que forja una conmovedora relación con Fazal (Bhavesh Shrimali), el proyeccionista del cine, un encantador hombre que adora su trabajo…y la comida que le prepara a Samay su madre, por lo que el trueque queda establecido. Si la trama hasta ahora les suena parecida, es porque de forma similar, sí, ya la vieron antes. Pero como esta historia está situada en tiempos más recientes, el desenlace tiene que ver con la posibilidad de que el filme, la esencia de la que estaba hecha el cine, desapareciera para dar paso a la digitalización. Y, claro, también queda la incertidumbre sobre el futuro de Samay que quiere dedicarse al cine contra los deseos de su padre. Fazal le ha advertido que si quiere cumplir su sueño, deberá irse a la ciudad, pues ahí, en el pueblo, su futuro terminará en el mismo sitio que la enorme colección de latas llenas de película: en el basurero.
No, para nada intenta Pan Nalin esconder ni sus referencias fílmicas, ni sus homenajes, tampoco sus recuerdos. Desde el inicio de los créditos agradece a varios directores (Tarkovsky, Sayajit Ray, Kubrick, Maya Deren, Eadweard Muybridge…), aunque no menciona a Cinema Paradiso de Giusseppe Tornatore cualquiera encontraría las evidentes semejanzas (el director comentó en el Q&A que cuando de niño vio el filme italiano pensó que se trababa de él, de su propia vida), y también la forma de abordar la historia deja en claro que estamos ante un material colmado de elementos autobiográficos (que, igualmente, el director certificó durante la charla posterior a la proyección). Para distanciarse del filme de Tornatore, Nali invierte dedicación en la inventiva tanto de los sucesos narrativos, como de su imaginerio visual (vistosa y colorida fotografía la de Swapnil S. Soonawane) en Last Film Show. Los modos en que Samay y su grupo de amigos ingenian la imitación de un rodaje (un niño andando en motocicleta, encuadrado en el rectángulo de un cartón, con otros niños arrojándole aire y unos más corriendo fuera del cuadro cruzándose con ramas para dar la sensación de movimiento), o traman sus propias proyecciones en un cine que improvisan dentro de un granero abandonado (con los pedazos de cinta que le regala Fazal, llantas, pedales -para dar la velocidad al movimiento que exige la proyección del cine-, sonidos generados en vivo y, claro, una tela blanca en la pared, siempre todo supeditado, claro, a la caprichosa utilización de la luz), son secuencias que deberían volverse icónicas en la historia del cine, si sólo más gente pudiera llegar a verlas. Además, como se espera de un proyecto indio, se trata de un filme muy colorido. Es evidentemente una declaración de amor al cine, un apasionado recuerdo de infancia y, también, como ya antes nos lo dijo Fellini en I Vitelloni, Tornatore en Cinema Paradiso y Sorrentino recientemente en Fue la mano de Dios, la proclama de que en la encrucijada de ciertas vidas, la única opción posible para avanzar no es quemando las naves, sino al revés, treparse en ellas para zarpar cuanto antes. Incluso a los 9 años, como cuando Samay debe hacerlo. El tributo metafórico que hace el director al filme (la materia de la que estaba hecho al cine) torna un momento triste en celebratorio.
Last Film Show fue el filme representante de India para los premios Oscar 2023.
*Minicrítica escrita durante el Red Sea Film Festival, en Yeda, Arabia Saudita (Diciembre 2022)
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