De recoger desperdicios de metal y plástico en un inmenso y pestilente basurero de Bagdad (irónicamente llamado “Jardínes colgantes” en retorcida alusión a la maravilla del mundo en la cercana Babilonia) viven As’ad (Wissam Diyaa), un chico de doce años, y su hermano mayor Taha (Hussain Muhammad Jalil), ya un adulto. Sus padres murieron como consecuencia de episodios enmarcados en la turbulenta historia de su ciudad, de su país. En el sector destinado a los desperdicios de la base militar estadounidense (donde incluso hay tanques en desuso), As'ad encuentra revistas pornográficas que recorta y vende entre su camarilla, para agenciarse unos centavos (bueno, su equivalente iraquí) extra. Sin embargo, así como en alguna ocasión su hermano descubre el cadáver de un bebé (incluso aún con chupón en la boca), escondido entre toda la porquería circundante, también As’ad tiene la suerte de toparse con un hallazgo: una bella muñeca inflable, rubia y de ojos azules. A escondidas, el chamaco la lleva a casa, la limpia no solo delicadamente sino también con ternura. Además, descubre que también se le puede enseñar a hablar. El niño tiene algunos problemas de deudas con algunos jóvenes malvivientes de la zona, que dependen de un caudillo religioso con matones a su cargo, pero su mayor problema surge cuando su hermano se percata de esa extraña presencia femenina en casa. De inmediato se lanza a ella con un cuchillo para matarla, bueno, en este caso poncharla (que no es lo mismo que ponchársela, en el contexto dado), pero su As'ad trata de impedirlo a toda costa, recriminándole además la forma en que él se masturba espiando a una vecina. Milagrosamente salvando a la chica (es decir, muñeca) de la muerte por falta de aire (la materia de su existencia, valgan los términos), concibe una gran idea que puede ser lucrativa, si bien riesgosa y que le provoca ambivalencia sentimental (por el apego creciente que le tiene, celos incluidos): asociarse con un chico al que le debe dinero para, en la parte trasera de su carreta-motoneta, vender los servicios de la muñeca al mejor postor. Para hacerlo, contratan a un trabajador para que les acondicione el lugar, poniendo como techo la bandera iraquí; los chicos, respetuosos, le cortan la figura de Dios al símbolo patrio. Y, pronto, tienen filas de mejores postores pagando por tiempo para recibir los placeres que la chica rubia les otorga (o creen que les brinda). Hasta que, evidentemente, la corrida…de voz, esto es, alcanza oídos indeseables, al menos para el negocio, y los chicos quedan involucrados en un serio problema de dimensiones bíblicas, eh, bueno, coránicas en este caso, para ser más exactos.
En un tono que mezcla juguetonamente pero con seriedad el realismo social con ingeniosas metáforas y debrayes de la mente que hacen recordar la tan perturbadora como simpática Air Doll del gran Hirokazu Kore-eda (basada en una serie de manga), Ahmed Yassin Al Daradji deposita buena parte del peso de su historia, y su discurso, en los hombros, pero también en los ojos, del joven Wissam Diyaa (quien en la sesión de preguntas y respuestas emotivamente rompió en llanto, siendo la primera vez que veía el filme terminado y en pantalla grande). En algunas secuencias parece como si la carga fuera demasiado dificultosa para el joven actor no profesional, pero en buena medida Wissam lo solventa simplemente tratando de ser él en cada escena y, al hacerlo, derrama una candidez lejana al sentimentalismo. Su relación con la muñeca se establece en distintas capas: la usa, pero la quiere, quiza incluso la mira como figura materna, y también representa la posibilidad de hacerse de un estátus en el barrio. Y esa singular relación barniza de profunda humanidad y, es cierto, también de delicado humor, un filme que de otra forma podría ser abrumadoramente opresivo y hasta árido. En una sociedad que históricamente ha sido tan castigada, de forma tan repetida y contante, en ocasiones es necesario recurrir a formas poco ortodoxas de dar y recibir un cariño que complemente el que incialmente pueda tenerse (si es que siquiera hay algo para comenzar). Que haciéndolo incluso se puedan paliar los desalmados efectos de la pobreza, se establece como estampa de lo difícil que es escapar, de un lado y del otro, de las fauces del consumismo que todo desgarra. Los iraquíes sí que lo saben.
*Minicrítica escrita durante el Red Sea International Film Festival, en Yeda, Arabia Saudita (Diciembre 2022), donde el filme ganó el premio a Mejor Película.
A partir del viernes 16 de agosto de 2024 en Cineteca Nacional