El jefe Cliff Robertson (Bill Murray) y el oficial Robbie Peterson (Adam Driver) son los policías encargados de la seguridad de un pueblo estadounidense convenientemente llamado Centerville. Bueno, en realidad también la oficial Mindy Morrison (Chlöe Sevigny) forma parte del equipo. Su trabajo no es así como que muy exigente, pues en un sitio con menos de 800 habitantes, a duras penas pasa la vida; cualquier otra cosa es una extravagancia poco común. El hecho de que El Ermitaño Bob (Tom Waits), un, eh, ermitaño que desde hace años decidió vivir en el bosque como si fuera parte de él, probablemente le haya robado una gallina para comer a Frank Miller (Steve Buscemi), un hosco y petulante granjero que seguramente es seguidor de Trump (su cachucha lo delata), se convierte en el gran suceso que exige la intervención de las autoridades. Pero El Ermitaño Bob no se anda con cosas y, además de insultar al Jefe Cliff y al Oficial Robbie, les dispara con un rifle hechizo que se fabricó. El jefe Cliff, que estudió cuando joven con Bob, decide dejarlo por la paz ante la renuencia del Oficial Robbie (que quiere se cumpla le ley), pues sabe que ni aunque quisiera darles les atinaría y, en última instancia, es un hombre inofensivo; pero, de regreso a la comisaría, algo extrañísimo comienza a pasar. Pese a ser ya la hora de anochecer, el día sigue plenamente iluminado. En el radio escuchan que, parece ser, la Tierra ha sufrido una dislocación en su orbita rotatoria y las consecuencias de inmediato se han patentizado. Por ejemplo, en el hecho de que pese a que la noche ha caído, ésta no ha sido acompañada de su habitual compañera, la oscuridad. Las noticias, en radio y televisión, dan cuenta de extraños eventos que acontecen debido a los trastornos del planeta provocados por el fracking polar (uno más de los efectos de la devastación ambiental). Cuando por fin el cielo se tiñe de negro, las dos encargadas de la cafetería local –el punto de encuentro de los lugareños- se disponen a cerrar el negocio para irse a sus casas, pero intempestivamente reciben un par de visitas inusuales: dos zombies hambrientos (uno de género masculino (Iggy Pop), otro del femenino) que no expresan verbalmente otro deseo que no sea tomar café, si bien de entrada su prioridad es otra; porque, sin mostrar decoro alguno en sus modales, se abalanzan él y ella sobre sus víctimas (cada quien la suya) y, para no recurrir a eufemismo alguno, de plano se las devoran sin contemplaciones. Muy temprano, a la mañana siguiente, el primer parroquiano en llegar por su cafecito descubre la masacre. De inmediato informa a los oficiales, quienes no tardan en hacerse presentes. La experiencia les dice que es poco probable que algún animal de la zona pudiera haber dejado los cuerpos destripados y desmembrados en la forma en que los encontraron. Entonces, el Oficial Robbie se anima a arrojar su audaz hipótesis: solo unos zombis pudieron haberlo hecho. A partir de entonces, como suele suceder con este fenómeno de naturaleza tan contagiosa, pronto la expansión del afán por arrebatarle la vida a los vivos se desborda a lo largo y ancho (que no es mucho) de Centerville y ni siquiera Zeida Winston (Tilda Swinton), la excéntrica escocesa encargada de la funeraria, con todo y sus métodos para acabar con los zombies (que parecen salidos de manual samurái), es capaz de detener la explosión de muerte revivida que azota ese otrora (apenas un día antes) universo de tranquilidad y paz, ubicado en algún área de Pensilvania, cerca de Cleveland y Pittsburgh, o sea, en una zona estadounidense no particularmente sofisticada.
Jim Jarmusch, coincido con Perogrullo, es Jim Jarmusch; y, además, siempre lo será. Por lo que no importa lo que intente, es imposible que sus trabajos carezcan de la gracia, la chispa, y el recubrimiento filosófico y humanista que le son idiosincrásicos. Incluso cuando estira un poco de más la liga, como es en el caso de The Dead Don’t Die. Aunque Jarmusch sigue pareciendo joven (no obstante que desde hace muchos años su pelo es totalmente blanco, o quizá debido a ello; podría ser uno de los mayores enigmas en la historia del cine e, incluso, de la humanidad), el muchacho tiene ya 66 años. Es decir, tiene la misma edad que López Obrador, es más, Jim es mayor por 10 meses. Y más allá de las evidentes diferencias físicas entre los dos, también las ideológicas, las culturales y, claro, el talento y la onda que tiene cada uno, ya que los hemos puesto casi inconscientemente en la misma arena aprovecharé para señalar que los zombies de uno y los del otro, pese a guardar las semejanzas evidentes de la especie, son muy distintos. Los de Jarmusch, más allá de lo tieso y acalambrado de sus movimientos, la palidez de sus rostros, lo rígido y desorbitado que tienen los ojos, la incapacidad innata (dada su condición) para pensar o ser conscientes de su presente, a que son guiados primordialmente por su necesidad de regresar a cobrar cuentas pendientes (un resentimiento no aliviado) y por sus instintos carnívoros (que tienen, claro, el trasfondo de alimentarse de lo vivo para de esa forma recuperar algo de la vida que les fue arrebatada de forma precoz, o incluso si no), decía que al menos los de Jarmusch tienen, en su mayoría, el don de la simpatía (de la que carecen los de la comparación) que, además, en muchos de los casos, proviene de la sola figura presencial (y toda la historia que carga) de la personalidad que, valga la expresión, da vida en pantalla a los muertos vivientes; por ejemplo, un Iggy Pop que nunca se había visto tan sano y saludable. Por supuesto que nosotros, en México, vemos con claridad la similitud antes descrita y sentimos que nos habla directamente el gran autor de cine norteamericano aunque la verdad es que el misil de Jarmusch va dirigido directamente a Trump y la parte de la sociedad de su país que está compuesta por seres a los que le fue extirpada el alma, que deambulan sin más sentido que el de cobrar víctimas a las cuales contagiarles su condición. La crítica política y social de Jarmusch, pues, está ahí, pero le falta cohesión, fuerza y, también es cierto, filo incluso cuando se burla del género o cuando homenajea a George A. Romero. No hay demasiada profundidad en buena parte de su comentario social y político y parece querer compensarlo a partir del incesante bombardeo de gags irónicos, one-liners y comedia de situación a partir de muchos juegos autorreferenciales que no descansan únicamente en la participación de todo un ejército de rostros que son comúnes en su entourage y algunas nuevas incorporaciones (los ya mencionados, además de RZA –del Wu-Tang Clan, Sara Driver, Rosie Perez, Selena Gomez, Danny Glover…), sino que toman forma a través de temáticas o simples detalles que ha ya abordado o plasmado en filmes como Stranger Than Paradise, Coffee and Cigarrettes, Broken Flowers, Ghost Dog, y hasta Paterson. No es ni será The Dead Don’t Die el mejor, el más ingenioso, ni el más original filme de Jim Jarmusch (no está cerca de la redondez que logró con su inmersión en el género de los vampiros con Only Lovers Left Alive); parece que el constante anuncio que el personaje de Driver hace de que “esto acabará mal” estuviera sentenciando un juicio sobre el propio filme, si bien puede ser cierto que en uno de los graciosos y certeros gestos metereferenciales que tiene el filme, más bien ser refiera al hecho de que Robby haya leído completo el guion de, eh, este mismo filme, a diferencia de sus compañeros. Pero es una por momentos dispareja, siempre disparatada historia (espeluznantemente iluminada por el habitual Frederick Elmes), que es por un lado una especie de divertido ‘greatest hits’ de su filmografía (para fans) y, simultáneamente, una advertencia sobre el peligro existente de que el tipo de gente autómata, limitada a observar la realidad a través de ojos incapaces de ver más allá de lo que tienen enfrente, siga multiplicándose por segundo en todas partes del mundo. Porque, ateniéndonos al título del filme, llegaron para quedarse y reproducirse y quizá solo quienes permanezcan fuera de esta sociedad destructiva, individualista y egoísta (como Bob El Ermitaño, o los niños de la correccional) podrán salvarse.
Fecha de estreno en México: 15 de noviembre, 2019.