En una aldea pequeña de Zambia, después de un incidente aparentemente insignificante, una niña huérfana de nueve años (Maggie Mulubwa), de la que nada se sabe, es acusada de brujería. Después de un breve juicio y posterior condena, la pequeña es detenida por un representante del gobierno local, el señor Banda (Henry B.J. Phiri), y exiliada a un campamento de brujas en medio de un desierto. Al llegar al campamento, la niña participa en una ceremonia de iniciación en la que se le muestran las reglas que marcarán su nueva vida como una bruja. Las viejas brujas la llaman Shula y Banda la lleva a las aldeas para encontrar culpables de pequeños crímenes en las cortes locales, mientras que las otras brujas trabajan en los campos. Pero Shula es una niña y simplemente le gustaría jugar e ir a la escuela con otros compañeros y se siente cada vez menos apta en un rol que se le impuso.
No soy una bruja (I Am Not A Witch, 2017) comienza mostrando un autobús que lleva a los turistas a ver brujas, mujeres vestidas de azul con sus rostros pintados y atadas con cintas blancas para que no escapen, que detrás de una red gesticulan y pronuncian versos extraños. El hecho de que las acusaciones de brujería sean realmente ilegales en ese país no detiene la creencia generalizada en la magia, hasta tal punto que un magistrado en 2016 pidió que se derogara la ley contra las acusaciones. La directora Rungano Nyoni inmediatamente resalta el tema que quiere enfrentar y denunciar: la superstición institucionalizada y transformada en una forma de encarcelamiento y explotación. La tarea de Banda consiste en gestionar los distintos casos de supuesta brujería otorgando una noche para que la niña decida si acepta su condición de bruja o si opta por cortar la cinta blanca y convertirse en cabra. Su decisión de identificarse como bruja tiene tanto que ver con el anhelo de pertenecer a cualquier tipo de comunidad como lo es una creencia supersticiosa. Shula vive con miedo, vergüenza y tristeza; privada de su libertad, ella es protegida por las brujas mayores y vive raros momentos de alegría y esperanza al escuchar - con una especie de embudo- las voces lejanas de los niños que asisten a la escuela, donde hay otros niños excluidos: albinos o discapacitados. Shula vive en un mundo de marginados a causa de viejas supersticiones, un mundo en el que el gobierno ha encontrado una manera de hacer dinero -tanto con el trabajo de las brujas en los campos, como con los billetes de turistas-. Aunque lo absurdo de la superstición es real, Nyoni se lo toma en serio y aunque ridiculiza los métodos de explotación de Banda, conserva un enigmático sentido de la magia. Shula es una presencia poderosa, casi muda, a lo largo de la película, y su firme mirada es convincente y conmovedora. Los adultos que intentan usarla o guiarla generalmente revelan sus propias intenciones y prejuicios. En medio de ese universo poblado de histeria mediática, políticos crédulos y turistas occidentales boquiabiertos, la directora nunca pierde de vista que hay una niña inocente en el centro de este sombrío circo. En cualquier otro contexto, la brillante cinta blanca de Shula revoloteando contra los tonos terrosos del paisaje de Zambia se vería hermosa. Pero a medida que cada nueva injusticia se acumula, el filme adopta un tono irónico para imbuirse en sus propias propiedades mágicas para simbolizar el terrible absurdo que mantiene a las mujeres atrapadas mientras los dementes gobiernan.
Fecha de estreno en México: 8 de junio, 2018.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional