1982. En un pequeño pueblo ubicado en Baja California Sur, durante una noche cálida, bloques envueltos en cinta adhesiva color canela comienzan a caer del cielo. Los habitantes de San Ignacio observan con curiosidad este acontecer extraño que el cielo les ofrece. Lejos del pueblo, -en Tijuana- las luces neón muestran la fachada del Tropical Bar, en su interior se encuentran dos hombres sentados –entre ellos Chato (José María Yazpik)- frente a un hombre de aspecto duro (Jesús Ochoa) que los interroga sobre quien de ellos mantiene una relación con la hija de uno de los jefes del cártel. Una llamada resuelve todo, junto con una nueva noticia, una vagoneta cargada de cocaína se ha quedado sin gasolina, y el piloto –en un afán por disminuir el peso para lograr un aterrizaje forzoso- ha tirado la carga sobre un pequeño pueblo. El hombre hosco le indica a Chato que debe ir a ese pueblo a recolectar los paquetes de droga, y dado el vínculo que tiene con el lugar –es la ciudad donde creció Chato-, es mejor que recoja todo antes de que un grupo armado tome otras medidas. Chato vuelve a San Ignacio con una primera bienvenida de la población que se inclina a cuestionarlo sobre el sueño por el cual el hombre dejó su lugar de origen –ser actor de cine-, y su nulo éxito en la industria fílmica, pero después de reunir a todos en la plaza pública, les explica que los paquetes que han caído del cielo contienen un polvo farmacéutico que cura la cirrosis, y ofrece a los habitantes cien dólares por cada paquete que le entreguen. El pueblo acepta y durante los siguientes días las actividades cotidianas se paralizan a favor de la recolección de los bloques, pero el nuevo auge económico que ocurre, muestra nuevas problemáticas, así como el riesgo que corre Chato de ser descubierto sobre el verdadero origen del “material médico”.
En Polvo, el primer trabajo de dirección de José María Yazpik, no se recurre a la crítica del narco desde una arista dramática, sino que hace uso de una comedia consciente de su espacio histórico para relatar la pérdida de aquel paraíso que se suscribe a un lejano momento en el pasado. Ubicar la película en un lugar cercano a la frontera pero alejado de las prácticas clandestinas es quizá una propuesta muy arriesgada, pero la solidez de sus personajes, escritos en un guion realizado por Yazpik y Alejandro Ricaño consigue crear una fuerte coherencia en la narrativa. Pero no sólo existe un tejido armonioso entre ellos, sino que se hacen evidentes las carencias sobre las que sus personajes navegan y la forma en que el dinero que reciben –inconscientemente por parte del narcotráfico- se convierte en una forma de cubrir tanto necesidades básicas como otras banales e incluso innecesarias (de acuerdo con el párroco de la localidad), convirtiendo al pueblo en un festival de suntuosidad que se ejemplifica en el bar de la región donde ahora se estila beber cerveza en una copa de vino. En la comicidad que propone Yazpik también se esconde: un viaje personal -en el que Chato vuelve a encontrar a su primer amor-; la pérdida social de la inocencia –de aquellos últimos resquicios de tiempos de paz en zonas fronterizas-; y las problemáticas que obligan a la movilidad social –donde muchos se aferran al sueño americano-. Todo esto transforma a San Ignacio en un ejemplo de la forma en que los beneficios económicos del narcotráfico han permeado pequeñas localidades, viendo solo a través de estos medios maneras de conseguir una mejor forma de vida.
Fecha de estreno en México: 8 de noviembre, 2019.