Por Rafael Paz Follow @algarabia
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¿Se imagina el cine actual sin efectos especiales? He aquí una breve semblanza sobre el origen de este recurso que se emplea incluso en el llamado «cine de autor».
Es imposible imaginar el panorama del cine actual sin efectos especiales. Incluso producciones pequeñas con intenciones más artísticas e intimistas los emplean —como el diablillo rojo de Post tenebras Lux (2012), del polémico Carlos Reygadas—, no sólo los ostentosos productos hollywoodenses.
Pero no siempre fue así. En sus inicios el «cine» ideado por los Lumière se reducía a la captura de imágenes, a un simple registro casi documental. La aparición de George Méliès, retratado de forma bastante romántica por Scorsese en Hugo —La invención de Hugo Cabret— (2011), cambió esa situación.
Como relata Georges Sadoul en su Historia del Cine Mundial: «Después de 18 meses [de su creación], la muchedumbre empieza a alejarse del cinematógrafo. La fórmula, puramente demostrativa, de las fotografías animadas que duraban un minuto y cuyo arte se limitaba a la elección del tema, el encuadre y la iluminación, había llevado al cine a un callejón sin salida... Estaba reservado a Georges Méliès llegar a ser el verdadero creador del espectáculo cinematográfico».
Trailer de la película: Le Voyage dans la lune - Georges Méliès 1902
Méliès, «prestidigitador, fabricante de autómatas y director de escena», revolucionó la situación gracias a su gusto por los efectos ópticos —doble exposición, coloreado, stop motion— y mecánicos. Estamos tan acostumbrados a los modernos efectos por computadora que los montajes de Méliès probablemente nos resulten inocentes. Sin embargo, ¿habría sido posible Gravity (2013) sin Le voyage dans la lune —El viaje a la Luna— (1902)?
Siguiendo con Sadoul, el historiador narra cómo un accidente hizo descubrir el potencial de los trucos de cámara: Méliès había filmado unos minutos de metraje afuera del Palace de l’Ópera, en París; al proyectarlo notó que un autobús se transformaba intempestivamente en una carroza fúnebre. Lo que sucedió fue que en algún momento de la filmación el director paró la cámara para cambiar el rollo, y al echarla a andar de nuevo el tráfico había cambiado.
Alentado por la idea de un posible descubrimiento, el cineasta utilizó por primera vez el truco en Escamotage d’une dame —Escamoteo de una dama—, en 1896. En esta película, una señorita desaparece ante el ojo de la cámara cuando un prestidigitador ejecuta el clásico pase de magia. Para conseguir la escena, el actor se «congeló» unos minutos para permitir la salida de la dama y así continuar filmando.
Video: –El escamoteo de una dama– (1896)
El «padre del cine narrativo» siguió experimentando durante su carrera: tomas a través de peceras para recrear el mar, personas transformadas en floreros, valientes guerreros peleando con criaturas prehistóricas... Su imaginación se desbordaba. Sin embargo, como todos los trucos, el suyo también se volvió viejo y el público buscó la siguiente novedad.
Sueños de modelos y arcilla
El siguiente gran paso fue la combinación de maquetas, actores, animación y figuras de arcilla. El antecedente más antiguo de esta técnica de animación data de 1897 —The Humpty Dumpty Circus—, pero fue la llegada de Willis H. O’Brien al cine la que transformaría el panorama.
El pionero de la animación comenzó a mostrar su talento como supervisor de efectos especiales en diversos cortometrajes; su éxito llegó con The Lost World –(El mundo perdido), adaptación de la obra homónima de Arthur Conan Doyle con Harry O. Hoyt como director— (1925) y King Kong (1933), dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack.1
Trailer de la película: King Kong (1933)
La diferencia entre O’Brien y sus contemporáneos era su atención al detalle. Sus creaciones tenían personalidad, no eran inertes y rígidos muñecos: en The Lost World los dinosaurios sonríen y muestran los dientes, entre otras curiosidades. Decenas de años después Steven Spielberg aplicaría un principio similar con los prehistóricos antagonistas de Jurassic Park (1993).
El mayor logro de una fantasía escapista como la historia del gran Kong —además de rescatar a Hollywood durante la Gran Depresión— fue el uso del back-projection. Utilizada ya hasta el hartazgo, esta técnica no es otra cosa que la filmación de una escena que posteriormente se proyecta detrás de los actores, quienes hacen como si estuvieran en el lugar para la captura de la escena final.
Los ejemplos más comunes de este efecto son los recorridos de automóviles con los personajes al volante soltando sus diálogos a cuadro, como en la climática escena de North by Northwest —Intriga internacional— (1959) en el Monte Rushmore.
Después de tantos años de desarrollo tecnológico e informático, nos hemos vuelto inmunes a las maravillas de los efectos especiales.
Los logros de O’Brien fueron superados por su mejor alumno: el titán Ray Harryhausen. Su carrera estuvo marcada por monstruos, aventuras mitológicas y dinosaurios; sus creaciones alimentaron la imaginación de niños por décadas, convirtiéndose en influencia de miles de cineastas. Es una de las figuras clave del cine de monstruos, junto al japonés Ishirô Honda, creador de Godzilla.
Aún hoy, ver el trabajo de Harryhausen deja una huella imborrable. Quizá no era el director, pero su sello se siente en una cantidad abrumadora de los fotogramas de 20 Million Miles to Earth (La bestia de otro planeta, 1957), Jason and the Argonauts (Jasón y los argonautas, 1963), One Million Years b.c. (Un millón de años a.C., 1966) o Clash of the Titans (Furia de titanes, 1981).
Trailer: –Un millón de años a.C– 1966
Con el paso de los años, los efectos especiales adquirieron tal importancia para la industria hollywoodense que, para la ceremonia de los premios Oscar de 1940, se creó la categoría de Mejores Efectos Visuales.
Si quieren conocer el texto completo con la cronología de películas antes, y después de la era digital, consulten Algarabía 114.