Inaugura la 12a edición del IFFPanamá
Ciudad de Panamá.
En su 12ª edición, el IFF Panamá ha condensado en un puñado de días una programación que balancea su distintiva dirección al seleccionar tanto filmes locales que rastrean, a partir de esfuerzos de distinta índole y bajo diferentes formas cinematográficas, las huellas que dirigen hacia los vestigios que permiten revisar la construcción identitaria del pueblo panameño; como también obras que desde la óptica femenina, aborda temas que involucran las luchas, los deseos, las preocupaciones, los temores, y también los éxitos de las mujeres, en un mundo que les ha sido particularmente adverso pero que, parece, comienza ya a pagarle sus facturas pendientes. Varios de los filmes, además, preocupados por la restauración de la memoria, la recuperación de tiempos y espacios perdidos que, a fin de cuentas, en buena medida de eso va el cine, el buen cine.
Esto, además, coronado con la presencia de personalidades del calibre de Gregory Nava, ofreciendo una emotiva charla alrededor de su obra, con el foco centrado en la celebración de los cuarenta años del estreno de su filme canónico sobre la migración, El Norte que, además, fue proyectada. Y, por supuesto, de la presencia de John Travolta, la megaestrella hollywoodense presente en Panamá para dar lustre a la proyección de Grease, el filme clásico que protagonizó junto a Olivia Newton-John, y que ha convulsionado el festival y a la comunidad cinéfila de la capital panameña.
Dios es mujer
Dir. Andrès Peyrot
El explorador francés, Pierre-Dominique Gaisseau, que en 1961 ganó un Oscar por su documental, Le Ciel et la boue, viajó en 1975 a Panamá, con su esposa, y con su pequeña hija, Aikiko, para conocer y, sí, estudiar, y también filmar, a la comunidad indígena de los Gunadule, que habita las múltiples islas del norte de Panamá y vivía en buena medida cerrada al mundo, bajo sus propias reglas y tradiciones, una de ellas, esencial, la que considera sagrada a la mujer. Durante su estancia en esa región panameña, Gaisseau registró, con un ojo que aspiraba a la neutralidad antropológica pero que inevitablemente delataba una mirada colonialista en busca del exoticismo de quienes tenían poca relación con el mundo exterior, los usos, los costumbres y las ceremonias de los dules, condimentados con algunas apariciones, también, de su mujer y su hija. Empero sucedió que, por diversas cuestiones, entre ellas financieras, el material fílmico fue confiscado por un banco, despareciendo de la faz de la tierra, aparentemente. Los protagonistas del filme no pudieron verse convertidos en las imágenes de un filme añorado, el que se les prometió. Hasta que el cineasta suizo-panameño, Andrès Peyrot, decide retomar el proyecto que parecía muerto, en el olvido, cuando una copia del filme fue encontrada, providencialmente, en París. La idea, desde luego, consistió en organizar la proyección de aquel filme, tan ansiado como extraviado, en la comunidad dule, cumpliendo así el añejo compromiso y, en el proceso, concebir otro filme que se conviertiera en testimonio del ansiado destino cristalizándose, sin dejar a un lado la revisión sobre hasta qué punto ha penetrado el ¿desarrollo? (desde la óptica occidental) en una comunidad que se ha afanado en preservarse íntegra a través del tiempo y de sus embates.
Desde el inicio de Dios es mujer es inevitable pensar en Panquiaco, el magnífico filme que borra la indecisa línea entre la ficción y la realidad, de la panameña Ana Elena Tejera, sobre la necesidad física y espiritual de un melancólico hombre de regresar a su tierra (en las islas panameñas que habitan los dules), de recobrar su memoria y reencontrar sus raíces. Además, ese hombre, Cebaldo, también aparece en Dios es una mujer, durante el episodio parisino del documental. Este filme de Peyrot también busca aguzar los hilos que trenzan las nociones de identidad panameña con la dule, y en ese viaje de descubrimiento resulta conmovedora la necesidad de la gente (particularmente las mujeres) por encontrarse con su propia versión del pasado, por recuperar aunque sea brevemente los momentos de otros días, por mostrar entonces, como ahora, que en ellas es que reside no solo la vida, sino la transmisión del conocimiento acumulado; y, para sus descendientes (algunas viviendo en Ciudad de Panamá, que no han regresado en muchos, muchos años), se presenta como la posibilidad no solo de pisar de nuevo la tierra que caminaron de pequeñas, sino de experimentar juntas, en comunión con sus madres, tías, abuelas, ancianas todas, la recuperación de un tiempo y un espacio que les pertenece. Estando ahí, juntas, en esa proyección comunitaria, al aire libre, se aprecia en todo su esplendor la fuerza que tiene la tierra, el poder de los lazos familiares, incluso en quienes creen haber superado esas frusilerías; el arraigo es irrenunciable. El filme se beneficia enormemente, además del atractivo de una propuesta visual que en ciertos pasajes funde lo evocativo con lo poético, de lo emotiva, conmovedora (por su carácter irrepetible) que es esa noche para ellas, para todos los habitantes de esa porción panameña.
Bila Burba
Dir. Duiren Wagua
En 1925 estalló una revolución dentro de territorio panameño. El pueblo Gunadule, de los pocos enclaves al interior del continente americano que evitó la colonización europea, y que había preservado su estilo de vida, su cultura, a través de los siglos, sufrió la invasión de su territorio. El ejército panameño intentó tomar el control de la comunidad dule en un enfrentamiento armado, pero después de tres días de intensa lucha, los pobladores organizados de la isla lograron preservar su autonomía, sus modos de vida: le ganaron a Panamá. A partir de entonces, cada año se festeja ese triunfo con la recreación que hacen los isleños de su gesta ilustre, un símbolo de unidad e identidad para los dules. Un asidero del que se atenazan como ejercicio de integración, de pertenencia, de orgullo.
El joven director panameño, de origen dule, Duiren Wagua, plantea un ejercicio metarreferencial con el objetivo último de explorar simultáneamente sus raíces personales y las del fervor colectivo del pueblo dule a casi 100 años de aquella fecha crucial en su historia. Al explorar, a través de pietaje antiguo recuperado, de entrevistas con personas entradas en años (hijos, amigos o cercanos de algunos de los protagonistas de aquella batalla, que no solo transmiten lo que guardan de aquellos recuerdos, sino que articulan las razones de la defensa (ayudados por los sueño, figuras simbólicas y sabiduría colectiva), y también las consecuencias -para bien y para mal- que ha tenido su autonomía), y del propio relato de su orígen familiar, Wagua va reconstruyendo y resignificando la parte oral de tan trascendental episodio, y visualmente se monta en la representación anual que se hace en los festejos de conmemoración, para grabar desde la preparación, los ensayos y, finalmente, la recreación de manera fiel, pues ésta no se lleva a cabo en un teatro, sino en las mismas calles, en los mismos espacios, en la misma playa donde desembarcó el ejército panameño y, donde tres días después, fue derrotado. Incluso los niños participan en la puesta en escena anual, de modo tan juguetón como lleno de orgullo.
La proyección de Bila Burba en el IFF Panamá se convirtió en una experiencia fílmica muy especial (no comúnmente vivida, ni por el público, ni por quienes atendemos festivales alrededor del mundo), pues se trató de la primera ocasión en que muchos de los participantes -no solo detrás, sino frente a las cámaras- pudieron ver el filme, por lo que vivieron la ocasión (de forma similar a la ocurrida en el desenlace de Dios es mujer, pero en una sala cinematográfica, en la capital del país) con una intensidad contagiosa, que hizo erupción al caer los créditos, entre porras y consignas (particularmente sobre el rechazo a la venta de parte de sus tierras que planea el actual gobierno panameño), convirtiendo a la noche del sábado 6 de abril del 2024 en el perfecto apéndice de este fabuloso proyecto (que, además, inició como un cortometraje, hace casi diez años). Combustible artístico, entrañable, que nutre una lucha que no debe extinguirse.
Copa 71
Dir. Rachel Ramsay, James Erskine
En una edición claramente enfocada por un lado -como suele ser en el IFF Panamá (con toda la intención y la razón del mundo)-, en la proyección de las obras que abordan la exploración de los rasgos identitarios del pueblo panameño; por el otro también fue evidente el acento puesto en lo femenino, en el empoderamiento de la mujer o, incluso, el reconocimiento pleno de ese empoderamiento que no se ha gestado de la noche a la mañana y que, en ocasiones, cuando ya se creyó consolidado, sufrió tropiezos y regresiones, que finalmente parecen estar quedando subsanadas. Es en ese contexto que ha encajado a la perfección la presencia del documental de los británicos, James Erskine y Rachel Ramsay: Copa 71. En estos días en el que el futbol femenil ha asumido una relevancia (tanto a nivel de torneos locales, como de competencias europeas y mundiales) que creíamos no había tenido nunca antes, este filme nos muestra…lo equivocados que estamos. En ese glorioso año que fue 1971, se llevó a cabo un Mundial femenil en México que desde su preparación comenzó a generar tanto ruido y entusiasmo alrededor del planeta que, precisamente por ello, la FIFA decidió no avalarlo. Sí, es en serio. No quería que eclipsara de forma alguna al futbol masculino. De cualquier forma, el empeño de las mujeres involucradas, aprovechando que la infraestructura del Mundial México 70 estaba intacta y que, a fin de cuentas, el público en general se había quedado hambriento de más futbol, logró que el torneo se concretara, teniendo como sede principal, desde luego, el majestuoso Estadio Azteca, templo en el que un año se había consagrado Pelé haciendo campeón a Brasil, y donde dieciseis años más tarde sería emulado por Maradona, quien hizo lo propio con Argentina, en 1986.
Con un timing perfecto es que ha sido cocinado este proyecto fílmico. Pues no somos (nosotros, ustedes) los únicos que desconocíamos la existencia de aquel acontecimiento futbolístico. El documental de Erskine y Ramsay combina con buen toque, afinada puntería y un agradable juego de conjunto mucho pietaje de archivo interesantísimo (de fuentes de distintas nacionalidades, incluyendo mucho contenido mexicano), desde luego entrevistas con una buena colección de las futbolistas recordando desde el presente aquellos días de euforia y férrea competencia, pero también recogiendo las opiniones de diversas figuras del futbol femenino actual (como Megan Rapinoe, estrella estadounidense recién retirada), e incluso superestrellas del deporte mundial, como Serena Williams (coproductora con su hermana Serena del filme), quienes tampoco tenían siquiera idea de que este evento hubiera existido. Mucho menos que haya sido tan exitoso, con estadios llenos a capacidad completa (el Azteca cuando podía albergar a más de 100 mil personas), y aficionados pero, sobre todo, aficionadas volcadas a apoyar no solo a la selección local (la mexicana), sino alentando a todas las selecciones involucradas, causando tumultos en las calles y hoteles de Ciudad de México y Guadalajara, donde se hospedaban las jugadoras; la mayoría de ellas personajes absolutamente desconocidos, anónimos en sus propios países, súbitamente convertidas, al menos por unos días, en auténticas estrellas globales (o, cuando menos, en México). Si bien Copa 71 no escarba demasiado en el ultraje inflingido por la FIFA a las mujeres futbolistas del mundo (y, por tanto, a sus aficionados y aficionadas), al tomarse su tiempo en presentar vistosamente lo que sí ocurrió, le es suficiente para desnudar el fiasco que fue para la Federación Internacional de Futbol Asociación no haber dado su bendición a este Mundial no-oficial. Y, aunque en el corto plazo quizá pudo haberles resultado benéfico en función de lo que buscaban (invisibilizar a las mujeres), en la perspectiva más amplia que otorga el tiempo, desde el 2024 ha quedado demostrado que su infamia no solo fue torpe e incluso cruel, sino también financieramente costosa por todo el dinero que durante muchos de estos años dejaron de ganar (que es siempre su motivación principal) y, acaso, contraproducente porque al final se ha impuesto el futbol femenino de un modo que, ahora sí, parece irreversible. La música elegida por los directores, es un acierto adicional que otorga ritmo, cadencia e, incluso emotividad, a este encantador filme. Un golazo, digamos, nunca despreciable.