EnFilme presente en la 3a edición del Red Sea International Film Festival
Inaugura la 3a edición del Red Sea International Film Festival
Se entregaron los premios en el Red Sea International Film Festival
Dentro de la atractiva programación que conforma el Red Sea International Film Festival destaca particularmente su sección de Competencia Oficial, compuesta únicamente por filmes de la región: árabes, africanos y, también, asiáticos. Pues permiten medir la temperatura de lo que acá está sucediendo, tanto en términos de temáticas, como en la forma de abordarlas. Este año, en particular, destacan tres temas principalmente que de uno u otro modo están presentes en buena parte de los filmes que integran la competición: el empoderamiento de la mujer en sociedades patriarcales y religiosas, la colisión entre pasado y presente, la importancia de la educación y, también, la inestabilidad política en varios de los países de la región.
Hiding Saddam Hussein (Irak-Noruega)
Dir. Halkawt Mustafa
3 ½ estrellas
En 2003, dos años después del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York (9/11), Saddam Hussein se convirtió en el hombre más buscado del planeta. 150 mil soldados estadounidenses intentaban cazarlo en su propio país, el territorio que dominó durante años de forma totalitaria. Exterminó kurdos, mató opositores, hizo y deshizo a placer y, en general, maltrató a su población, a la que sumió en la pobreza mientras él vivía como sultán. Pero cuando el gobierno de George W. Bush decidió ir tras él como chivo expiatorio (y con el petróleo como interés genuino), en el contexto del mundo posterior al 11 de septiembre, con el pretexto jamás comprobado de que en su pequeño país escondía un arsenal de armas de destrucción masiva, buena parte de la población adoptó una entendible postura nacionalista alrededor de esa figura, polémica quizá, detestable para muchos, pero suya, a fin de cuentas. Ciertamente fue el caso de Alaa Namiq, un humilde campesino de la región de Al-Dawr a quien su padre, desde pequeño, enseñó a pescar, a pastorear animales y, sobre todo, a cazar. De algún modo, en su afán escapista tras ser depuesto como presidente de su país, Saddam Hussein se enteró de su existencia y, a través del hermano de Alaa, un día, de pronto, terminó frente a él. Pidiéndole, de esa forma ya no como orden casi divina pero igualmente imposible de rechazar, que lo ayudara a esconderse, que lo protegiera. Y, como en misión dictada por una entidad superior, Alaa aceptó, con enorme sentido del deber. Serían para él, incuestionablemente, los 235 días más convulsos y surreales de su vida (quizá con excepción de éste, en el que ha viajado por el mundo como protagonista del filme). Días con los que pocas personas en el mundo podrán identificarse. Acaso ninguna.
Durante años, buena parte de la acosadora prensa internacional intentó platicar con Alaa Namiq para conocer de su vida, de su historia, de esta historia, que evidentemente no concluyó con la captura de Hussein, sino que a él lo hizo pasar una temporada en la infausta prisión de Abu Ghraib y, posteriormente, tampoco ha terminado del todo. De hecho, el que él esté aquí en Yeda, lo certifica. Pero nadie logró convencerlo de compartir lo que vivió junto al dictador, lo que hizo por él. Siempre se negó a abrir su boca, su alma. Hasta que apareció Halkawt Mustafa, y lo persuadió. El director, de origen kurdo, entonces decidió no plasmarla en cine como si fuera un reportaje televisivo, sino un auténtico filme que amalgamara la inevitable cabeza parlante (que muestra a Alaa en toda su candidez, pero también con la excitación asumida de quien sabe que lo que relata interesa a cualquiera, es parte de la historia, una fundamental de este siglo, por lo que incluso saborea cada palabra que desliza), con fragmentos que recrean algunos episodios de lo que va narrando y, evidentemente, material de archivo (de cadenas televisivas iraquíes y estadounidenses) que recogen clips de aquellos días cruciales para la geopolítica mundial. Mustafa articula la tensión emocional de su filme en clave de thriller pero, de nuevo, no uno sensacionalista, porque además todos (hasta los más despistados) conocemos el desenlace de la historia; empero ,al nutrir de suspenso el desarrollo del relato, permite que éste, por un lado, recobre parte de la fuerza que el tiempo ha desgastado y, por el otro, acentúa el impacto de la primicia que ofrece al mundo. De paso, más allá de algunos ligeros baches narrativos en buena medida debidos al modo en que decide administrar la información que va obsequiando, restaura aquel antiguo modelo sobre el encuentro entre el poderoso y el humilde aislados, en igualdad de condiciones, dos seres humanos cara a cara, cuerpo a cuerpo, en última instancia, que eventualmente es sacudido por esta testaruda realidad reclamando que, para bien, para mal, o para peor, cada personaje se reencuentre con el destino que la vida, y ellos mismos, se afanaron en diseñar.
Dear Jassi (India)
Dir. Tarsem Singh
3 ½ estrellas
La historia de Romeo y Julieta es, muy probablemente, la más contada de la humanidad, incluso antes de que Shakespeare la escribiera y la convirtiera en obra maestra de la literatura. Posteriormente ha sido adaptada al teatro y al cine, de todas los modos posibles, en todas las lenguas imaginables. ¿Cómo hacer para plantear un nuevo intento que añada algo a los miles ya existentes? Tarsem Singh (famoso por haber dirigido el video de Losing My Religion para REM que catapultó a la banda a la estratósfera de la fama, y que durante los noventa fue el director de comerciales más cotizado del planeta, y luego dirigió a Jennifer Lopez en The Cell) tomó los fundamentos del célebre relato y sobre ellos montó una historia real ocurrida en la región de Punyab, en India, su tierra, solo que incluso aún más trágica que la inmortalizada por el bardo de Stratford Upon Avon.
En un pueblo demacrado de Punyab, en una época indeterminada que se parece a la actual, vive Mithu (Yugam Sood), un atractivo joven humilde que trabaja con un amigo en el negocio del rústico transporte público local. En él (una especia de pequeña guagua) es que tiene un primer encuentro con Jassi (Pavia Sidhu), una bella chica canadiense aunque de origen punyabí, de visita en la aldea, en casa de unos parientes que, coincidentemente, son vecinos de Mithu. Desde el primer momento, es evidente que se han gustado mutuamente, pero el deslumbramiento es del grado de esos que deja a ambos perturbados. Tanto en la calle, como desde las respectivas casas que habitan (que permiten acceder visualmente al sitio en el que se encuentra el otro), intercambian miradas cuyo nivel de coquetería se va incrementando, pero ni así Mithu acopia el valor para intentar acercarse. Jassi, impaciente, entonces considera seriamente hacerlo ella misma, pero su impulso es frenado por las convenciones sociales imperantes en el lugar en que se encuentra, muy distintas a las habituales en su ciudad de procedencia, si bien, es cierto, normales en su ámbito familiar. De cualquier forma, siendo la historia que es, desde luego sabemos que Mithu y Jessi eventualmente reciben la oportunidad que el destino les ofrece para estar juntos, enamorarse pero, oh sí, también lo sabemos, ese mismo destino en principio generoso, más tarde, bajo causas ataviadas en distintos ropajes (diferencias de clase, impedimentos religiosos, preceptos atávicos, cláusulas sociales, distancia geográfica, tiempo diverso) les jugará todo tipo de crueles pasadas; incluso peores que las diseñadas por don William.
Dear Jessi inicia y concluye con Fakir (Kanwar Grewal), un narrador que, a la usanza del coro griego, nos canta con dolorido sentimiento tanto el prólogo como el epílogo de la tragedia de los dos enamorados, bajo un planteamiento trazado circularmente. A partir de ello, Singh nutre su filme con colores, texturas, elementos folclóricos locales y una puesta en escena hábilmente capturada por una cámara en todo momento receptiva a reaccionar conforme lo exige el desdoblamiento de los acontecimientos, en ocasiones (ciertamente al inicio y a la conclusión) a partir de travellings parabólicos que incorporan al narrador y su músico de compañía dentro de la circunscripción del relato, aparentemente como un gesto ácido, que se torna muy emotivo. Son estos detalles con sabor tan local aquí y allá, los que otorgan un sazón especial a un platillo ya muchas veces degustado con anterioridad, así como el talento de Singh para crear momentos mágicos utilizando la luz, o los gestos, o algún diálogo, o la música. Y, desde luego, la demostración del absoluto respeto y compasión respecto al hecho de que el desenlace en el caso real que el director indio montó en el molde de la tragedia shakespereana, por desgracia en comparación hace ver como comedia romántica a la obra del británico.
Sunday /Yakshanba (Uzbekistán)
Dir. Shokir Kholikov
4 estrellas
Él (Abdurakhmon Yusufaliyev) y Ella (Roza Piyazova) conforman un matrimonio a la vieja usanza, particularmente para personas que viven en una zona rural, y en Uzbekistán. Llevan años juntos y tienen bien establecidos los rituales de su relación: básicamente, sin necesidad de hablar, y con apenas unos gestos y señas mínimos, Él le indica todo lo que quiere o necesita y Ella obedece de inmediato: desde la colocación de las mantas para taparse cuando está listo para tirarse una siesta, el levantarse a cambiar de canal en la tele, servirle un té o, en realidad, cualquier cosa. Se acerca la boda de uno de sus hijos, el menor, por lo que el mediano se aparece ocasionalmente tanto para insistir en la necesidad de darle una buena remozada a la propiedad que habitan (que se ha ido deteriorando con el tiempo), como para cambiarles, contra su voluntad, los objetos que acentúan el envejecimiento del entorno: la estufa, el refrigerador y, por supuesto, la televisión. Ella acepta involuntariamente; pero Él no, y, hace terribles corajes, aunque sus protestas y encabronamientos le sriven para, en realidad, nada. De poco ayuda el hecho de que ahora, de pronto, la ayuda gubernamental para ambos no les sea entregada con dinero en efectivo sino a través de unas tarjetas con las que deben desplazarse hasta la ciudad más cercana para, en cajeros automáticos, poder disponer de su pago. El hijo mayor ya le echó un ojo al auto antiguo de Él, con la oferta de cambiárselo por uno nuevo. Él les advierte que tendrían que hacerlo sobre su cadáver, lo que suena, desde donde se le vea, como una premonición cuyo cumplimiento es solo cuestión de tiempo.
El filme de Shokir Kholikov, desde el plano inicial, establece una relación comprometida, precisamente, con el tiempo. Con la forma en que éste transcurre, con lo que significa, con el modo en que traza sus surcos, con la manera en que acoge las transformaciones y somete a los seres humanos a sus ocurrencias y extravagancias. Pese a ello, Sunday no es tanto una queja sobre el carácter impositivo del paso del tiempo y los cambios que suscita, sino una muy serena reflexión barnizada con toques de humor, que oscila entre la aceptación resignada y la sutil crítica con jiribilla mordaz. Kholikov no le tema a la pausa, al respiro hondo que permite sentar la cámara para que desde la quietud estática capture los pequeños instantes, los mínimos gestos de las rutinas, la parsimonia con que se desenvuelve la vida, particularmente para quienes los días no parecen guardar distinción entre unos y otros. Con evidente influencia del maestro japonés, Yasujiro Ozu, tanto en la forma como en el fondo, el joven realizador uzbeko registra de bella y sensible manera un mundo en peligro de extinción, el choque generacional entre padres e hijos, y el amor a la antigua que se extingue al ritmo de la vida misma. Un ciclo que se repite y se repite y se repite. Por todos los rincones del mundo.
Alfonso Flores-Durón y M. (@SirPonFDyM)