Se siente una satisfacción muy particular cuando eres testigo del nacimiento, evolución y consolidación de un proyecto. Y eso es lo que en EnFilme hemos tenido la fortuna de presenciar con el IFFPanamá que este viernes 3 de diciembre, pese a la compeja situación que padecemos en todo el mundo como consecuencia nefasta de la pandemia del COVID, cumple su 10ª edición. 

Viajamos a fines de abril del 2012 al debut de Panamá en el concierto de los festivales internacionales del circuito mundial y nos impresionó la combinación de cuidadosa organización, esmerado trato a los visitantes internacionales y, por supuesto, estratégica combinación de lo más destacado del cine mundial que se presenta cada año en los diversos festivales alrededor del mundo con uno de los objetivos centrales del IFFPanamá: visibilizar y dar impulso al trabajo de los creadores panameños y centroamericanos. 

En virtud de su ubicación geográfica, además, uno de los deseos de la documentalista panameña, Pituka Ortega Helibrón (creadora y directora del IFFPanamá), era convertir al festival en un auténtico puente entre los proyectos fílmicos del norte y los del sur del continente, reto que se ha cumplido pero que, además, ha colocado a Panamá como un sólido país impulsor de la cinematografía centroamericana, catapultando a cineastas y países de la región que antes no tenían oportunidades (o las tenían muy escasas) de poder filmar películas que hablaran sobre sus realidades particulares, que examinaran sus identidades propias, y que pudieran verse en sus propios países y en algunos otros del área que les es común. 

El IFFPanamá  llega a su décimo aniversario con plena salud y renovado vigor, haciendo una declaración de principios de uno de los objetivos que se trazó al ser concebido: inaugurar un festival de manera presencial con un filme panameño y de alcance internacional. Plaza Catedral es un filme panameño, coproducción mexicana, dirigido por Abner Benaim, y protagonizado por la mexicana Ilse Salas, y por el adolescente panameño Fernando Xavier de Casta, actor natural originario del barrio bravo de El Chorrillo, de la capital panameña, que trágicamente murió asesinado en un pleito de pandillas, apenas en julio de este año. 

El filme es un drama con tintes sociales, sobre una mujer de 40 años, arquitecta que trabaja en una empresa de bienes raíces, separada y en proceso de divorcio, que recientemente perdió a su hijo en un terrible accidente. Viviendo el proceso de doble duelo, de exploración interna y de reinvención, conoce a un jovencito que se dedica a cuidar coches afuera de donde ella vive, en la Plaza Catedral del Casco Viejo de la capital panameña. Pese a un inicial choque de personalidades y estilos entre ellos, paulatinamente van formando un vínculo que trasciende sus diferencias sociales, unidos por el sentido de humanidad y de aceptación al otro, reconociendo sus propias carencias y las de la persona con la que conviven. Aunque, claro, las sombras que persiguen a ambos los acechan, poniendo en predicamento la posibilidad de consolidar su relación.

La ceremonia de inauguración, que se llevó a cabo en El Ateneo, en la Ciudad del Saber, un hermoso auditorio de arquitectura bellavistina, antiguo cine de la base militar de Clayton, construido por la armada de Estados Unidos en 1935, resultó particularmente emotiva tanto por el hecho de estar celebrando el décimo aniversario del festival, como por el ser abierto por un filme panameño, porque se ha podido hacer de modo presencial después de que el año pasado solo fue virtual debido a la pandemia, pero particularmente por las palabras que compartió la abuela del joven Fernando Xavier de la Casta, un muchacho con múltiples talentos, amoroso nieto, que fue asesinado al quedar atrapado en los callejones sin aparente salida de la violencia y la terrible desigualdad social que padece Panamá y que resuena con fuerza en el resto de los países de América Latina. Otra vida, una más, innecesaria y cruelmente perdida. Otro destino clausurado.