Video: Jean-Luc Godard y su lectura dramatizada de ‘La naturaleza del totalitarismo’ de Hannah Arendt - ENFILME.COM
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Video: Jean-Luc Godard y su lectura dramatizada de ‘La naturaleza del totalitarismo’ de Hannah Arendt
Publicado el 09 - Jul - 2015
 
 
Godard lee el ensayo
 
 
 

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Jean-Luc Godard es un cineasta que nunca ha pretendido esconderse detrás de la fachada de la narrativa cinematográfica. Sus películas son intelectualmente exigentes, descaradamente políticas y, en ocasiones, impenetrables, pero son definitivamente personales. Este es el hombre que, después de todo hizo Pierrot le Fou, (1965), una película que es, entre otras cosas, una investigación dolorosamente honesta de la ruptura de su matrimonio con Anna Karina, protagonizada por ella misma.

Pero también, al igual que Orson Welles, Godard apareció frente a la cámara en algunos filmes de otros cineastas. En 1997, el exponente de la Nueva ola francesa participó en Nous sommes tous encore ici (Todavía estamos aquí), filme dirigido por Anne-Marie Miéville (colaboradora y compañera creativo de toda la vida de Godard) que se centra en dos amas de casa que, mientras realizan las tareas domésticas, discuten cuestiones filosóficas en una especie de adaptación moderna de los Diálogos de Platón. El marido de una de ellas (interpretado por Godard) ensaya un papel para una obra de teatro leyendo un texto del siglo XX sobre el totalitarismo. Se trata del ensayo Sobre la naturaleza del totalitarismo escrito por la filósofa política alemana, Hannah Arendt.

El soliloquio es presentado en un escenario minimalista al interior de un teatro vacío; Godard pronuncia el discurso sobre la tiranía, el aislamiento y el libre albedrío y se entrega con habilidad y emoción a la lectura del texto.

A continuación puedes ver a Godard recitando el ensayo de Arendt, y más abajo incluimos la traducción al español.

Si fuera cierto que existen las leyes eternas, aquellas que gobiernan todo lo humano de un modo absoluto y que sólo requieren de cada ser humano ser completadas con la obediencia, la libertad sólo sería una farsa. La sabiduría de un hombre sería suficiente. Los contactos humanos ya no tendrían ninguna importancia, conservado la actividad perfecta solo importaría, operando en el marco establecido por esta sabiduría que reconoce la Ley. Este no es el contenido de las ideologías, pero la misma lógica que los líderes totalitarios utilizan es la que produce este terreno familiar y la certeza de la ley sin excepción.

El logicismo, el mero razonar sin tomar en consideración los hechos ni la experiencia, es el verdadero vicio de la soledad. Pero los vicios de la soledad sólo nacen de la desesperación asociada con el aislamiento. Y el aislamiento que existe en nuestro mundo, donde los contactos humanos se han roto por el colapso de nuestro hogar común, de nuevo después de las desastrosas consecuencias de las revoluciones, resultados ellos mismos de anteriores colapsos.

Este aislamiento ha dejado de ser una cuestión psicológica a la que podemos hacer justicia con la ayuda de bonitos términos carentes de significado, como “introvertido” y “extrovertido”. El aislamiento como resultado de la ausencia de amigos y de la alienación es, desde el punto de vista del hombre, la enfermedad que nuestro mundo está sufriendo, aunque bien es cierto, podemos notar cada vez menos gente que antes que se aferran a cada otro sin el menor apoyo. Esas personas no se benefician de los métodos de comunicación que ofrece un mundo con intereses comunes. Estos ayudan a escapar juntos, de la maldición de la inhumanidad, en una sociedad donde todo el mundo parece superfluo y considerado como tal por los demás.

El aislamiento no es soledad. En la soledad nunca estamos solos, sino que estamos con nosotros mismos. En la soledad somos siempre dos-en-uno; merced a la compañía de otros y sólo merced a ella, nos volvemos un individuo en plenitud, con la riqueza y las limitaciones de unas características determinadas. Las grandes cuestiones metafísicas, la búsqueda de Dios, la libertad y la inmortalidad, las relaciones entre el hombre y el mundo, el ser y la nada o de nuevo entre la vida y la muerte, siempre se plantean en la soledad, cuando el hombre está solo consigo mismo, por lo tanto, en la compañía virtual de todo. El hecho de ser, aunque sea por un momento, desviados de la propia individualidad le permite formular preguntas eternas sobre la humanidad, que van más allá de las preguntas planteadas en diferentes maneras por cada individuo.

El riesgo de estar en soledad es siempre el hecho de perderse. Se podría decir que se trata de un riesgo profesional para el filósofo. Desde que busca la verdad y se cuestiona a sí mismo con preguntas, que describimos como metafísica, pero que son de hecho las únicas preguntas que preocupan a todos. La solución del filósofo ha sido darse cuenta de que hay, al parecer en la propia mente humana, un elemento capaz de obligar al otro, creando así poder. Por lo general, llamamos a esta facultad “lógica”, e interviene cada vez que declaramos que un principio o un enunciado posee en sí mismo una fuerza convincente, es decir, una cualidad que realmente obliga a la persona a suscribirse a él.

Recientemente nos dimos cuenta de que la tiranía, no de la razón, sino la argumentación, como una fuerza compulsiva inmensa ejercida en la mente de los hombres puede servir específicamente a la tiranía política. Pero esta verdad también consiste en que cada fin en la historia contiene necesariamente un nuevo comienzo. Este principio es la única promesa, el único mensaje que el final puede otorgar. San Agustín dice que el hombre fue creado de manera que podría haber un principio. Este principio está garantizado por cada nuevo nacimiento, esto es, en verdad, cada hombre.

 

LFG (@luisfer_crimi) 

Fuente: Open Culture

 
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