Sobre la luz y la belleza de la decadencia
Aita, del director vasco José María de Orbe, y ganadora del premio a Mejor Película en la primera edición del FICUNAM, se aparta con paso decidido de las estructuras narrativas convencionales para centrarse en la reflexión en torno a los aspectos formales del medio cinematográfico. Cuando nos enfrentamos a experiencias cinematográficas como la de Aita,aparece un asomo de duda respecto a cómo aproximarse a una obra fundada en esa zona de perplejidad entre el cine y el arte contemporáneo. Aita es un filme que, como muchas piezas de arte que se han realizado desde el siglo pasado, no sólo consiste en el producto final proyectado sobre la pantalla, sino en el proceso de creación y la elaboración discursiva del autor compuesta por un conjunto de esbozos conceptuales que lejos de fungir como guía explicativa forman parte de la obra misma.
Empleando el formato documental, De Orbe toma como sujeto central de su propuesta fílmica una casa familiar medieval abandonada que ha presenciado gran parte de la historia del país vasco, explorando el concepto de espacio así como la incidencia y mutaciones de la luz hacia el interior de ese gran simulacro que llamamos obra cinematográfica. Cada mañana, el vigilante de la edificación lleva a cabo el ritual de dejar entrar la luz hacia el interior de la casa abriendo una por una las ventanas. El cine, como la vida, sólo es posible gracias a la luz. Cuando la luz entra, la casa respira, los fotones penetran en los espacios vacíos y algo que parecía petrificado de sueño eterno despierta.
Cada noche, cuando la luz del sol se ausenta y vuelve la penumbra, aparece otra luz que otorga una agonizante prolongación de vida a todos los fantasmas que habitan la casa o los anales de la historia vasca en forma de proyecciones de un material fílmico tan corroído como las paredes sobre las que se proyecta. Pareciera que son las paredes mismas las que hacen surgir desde sus misterios encriptados las imágenes del primer cine vasco, tratadas con materiales abrasivos por el cineasta para provocar un proceso de oxidación, siguiendo la intuición plástica de las texturas de los muros y la inspiración pictórica de Rothko, Chillida y Velázquez.
Todos los personajes que aparecen en la película están relacionados con la casa. El guardián la cuida, el párroco oficia en la zona y los jóvenes que se meten a robar realmente cometieron el delito. Con un mínimo de intervención del realizador donostiarra, los diálogos y acciones que realizan los personajes también son reales y fueron filmadas sin contraplanos desde un solo punto de vista, siguiendo una lógica pictórica. Aita es una obra en donde se respira el largo aliento del ritmo contemplativo de sus imágenes en concordancia con el prolongado proceso de filmación de 3 años, en el cual De Orbe eligió para cada toma las condiciones óptimas de luz en distintas épocas del año.
Producida por el catalán Luis Miñarro, uno de los productores españoles más arriesgados del momento que también participó en el financiamiento de la ganadora de la Palma de Oro La leyenda del Tío Boonmee de Apichatpong Weerasethakul, Aita fue filmada en HD y las proyecciones sobre las paredes son en celuloide de 35mm, estableciendo así una reflexión sobre el diálogo y contraposición entre los distintos tiempos en el cine.
Todo es “real” en Aita, pero las escenas y diálogos cotidianos al pasar por el tamiz de la intuición del director se convierten en ficción. Aita es una de las cintas que mejor encarnan el espíritu del cine contemporáneo: un cine que dialoga cada vez más abiertamente con el arte y que pone de manifiesto la inmensa fragilidad que sostiene los conceptos de ficción y realidad.