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Madre e hijas
Publicado el 08 - Dic - 2010
 
 
Madre e hija indaga en las circunstancias y errores que sus tres personajes principales enfrentan en el presente y luchan por alcanzar la felicidad. - ENFILME.COM
 

El precio del abandono

Por Mariana Tinoco Rivera

Un beso entre un chico y una chica que termina en sexo; ella queda embarazada y se convierte en madre. Con las imágenes de este ciclo vital arranca Madre e hija (2009), el más reciente filme del director colombiano Rodrigo García, hijo del multipremiado escritor, Gabriel García Márquez. Este empeñado cineasta ha demostrado conocer bien a las mujeres. En Con tan solo mirarla (1999) y Nueve vidas (2005) deshilvanó las complicadas relaciones en las vidas de sus protagonistas.

En esta nueva producción indaga en las circunstancias y errores que sus tres personajes principales enfrentan en el presente y luchan por alcanzar la felicidad. Para la realización del filme, García contó con el apoyo de los tres directores mexicanos más poderosos de la industria, que en esta ocasión participan como productores ejecutivos: Alfonso Cuarón (con quien trabajó en Great Expectations, 1998, como operador de cámara), Alejandro Gonzales Iñárritu y Guillermo del Toro. Con este trabajo que le tomó diez años escribir, el director explora una amplia gama de matices sobre la maternidad desde un punto de vista distinto al estereotipo de las tarjetas del 10 de mayo.

Elizabeth (Watts) es una abogada que vive en Los Ángeles que tiene una personalidad dura y fría, debido en parte a sus duros orígenes. Su madre la abandonó el día de su nacimiento, ha vivido sola desde muy joven y se ha concentrado en ser exitosa e independiente. Se describe a sí misma como alguien que intimida a las mujeres y cuyo interés recae únicamente en su bienestar. La confianza que emana podría intimidar a cualquiera, incluso a su jefe (Jackson), a quien logra seducir en el primer intento. A pesar de la pasión que se desarrolla entre ambos, Elizabeth se rehusa a tener una relación sentimental evitando cualquier contacto de ese tipo. Sin embargo, su hermetismo oculta un enorme vacío emocional.

Karen (Bening), una fisoterapeuta de alrededor de 50 años, emplea gran parte de su tiempo cuidando a su madre, con quien tiene una relación fría y rutinaria que sobrevive a través de conversaciones forzadas. Amargada y perfeccionista, aún resiente el haber dado en adopción al bebé que tuvo a los 14 años, lo que explica el grosero comportamiento que tiene con los demás. Desprecia a la hija de la mujer que limpia su casa y se muestra evasiva. Tras la muerte de su madre, siente un cierto alivio que le permitirá abrirse a nuevas relaciones.

El tercer personaje es Lucy (Washington), una mujer casada, dueña de una pastelería que trabaja con su madre. Excepto por un sólo aspecto, mantiene el control ideal sobre su vida: no puede tener hijos. Lucy y su esposo deciden adoptar, pero no resultará tan fácil como lo imaginan; se toparán con la futura madre de 20 años que les exigirá conocer su casa, a su familia y manifestar sus creencias antes de entregarles a su hijo. Con tal de ser madre, Lucy estará dispuesta a todo, incluso sacrificará su matrimonio y se dará cuenta de que debe dejar de pensar en sí misma para enfocarse en alguien más.

Cada historia plantea cómo se vive la maternidad, principalmente a partir de la experiencia como hija. Tanto los atributos de las protagonistas como sus errores están irrevocablemente conectados con sus madres o la ausencia de ellas. De esta relación “original” se desprenden problemas de pareja, la obsesión por sobresalir profesionalmente o por mantenerse dentro de una zona de seguridad. Por ejemplo Karen y Elizabeth, a pesar de estar conscientes de que su carácter no es muy amigable, saben que esa actitud les funciona como máscara para ocultar su tristeza y protegerse de seguir sumando una mayor decepción a lo que ya vienen cargando de su pasado.

Es así como el director dibuja vasos comunicantes entre el presente y el pasado conforme la trama se desarrolla, develando la conexión entre las tres mujeres fundamentalmente a través de sus personajes secundarios. Por ejemplo, Joanne (Jones), una monja, atestigua la lucha de Karen, Elizabeth y Lucy por hallar esa ausencia en sus vidas, ya sea de la madre o de la hija. Por su parte, Sofía (Carrillo), la mujer que trabaja limpiando la casa de Karen, al haber presenciado desde la esfera privada la complicada relación entre Karen y su madre, se siente con la autoridad suficiente para hacerle ver a Karen lo que siempre callaron.

A partir de la conexión vital que se establece entre madre e hija, con su ya característico tono melodramático que busca la reflexión del espectador, García cuestiona el amor dulce e incondicional que supuestamente ofrece una madre a su hija y evidencia los matices de ese nexo que incluyen también el odio, el resentimiento, el arrepentimiento, la obsesión e, incluso, la tortura.

 
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