Hace ya 27 años que Tim Burton marcó el inicio de su sello estilístico con su primer largometraje, La gran aventura de Pee-Wee (1985). En 1988, conBeetle Juice, enganchó al público definitivamente. Los rasgos característicos de su trabajo que nos hace sentir como si a una película de Robert Wiene(El gabinete del doctor Caligari, 1920) –con su afán expresionista de olvidar las leyes de la perspectiva, de dibujar líneas fuertes y rectas, y de manipular al cuerpo humano para que también reniegue de la naturaleza– la hubieran salpicado con los colores y la esencia de las pinturas de Edvard Munch (El grito, 1893) –que en toda su obra usa una importante gama de anaranjados, verdes, azules y negros turbios, dibujados como si hubieran recargado mucho el lápiz de color sobre el papel al colorear. Su carrera ha entregado cintas a primera vista muy diversas entre sí, basadas en cómics (Batman, 1989), remakes (El planeta de los simios, 2001) o historias originales (El gran pez, 2003), a veces con villanos bien definidos con una maldad individual y literal como en el caso del General Thade de El planeta…, y a veces más metafóricos que aluden a los desatinos de la sociedad en general, como el pueblo donde vive Edward Scissorhands. Pero esta diversidad es aparente; al ojo no se le puede engañar: sus colores pastel, vivaces y texturizados, combinados con las escalas de grises para señalar lo gótico y lo triste, lo delatan. Los tonos sombríos, así como los temas sobre la muerte, la identidad, la fantasía y esa sensación inquietante de que las cosas no están bien aunque lo parezcan, son lo que vuelve su obra homogénea en cuanto a estilo y aspiraciones.
Dark Shadows (Sombras tenebrosas, 2012) es una adaptación de la serie de televisión homónima de los años sesenta creada por Dan Curtis, que en ese entonces fue novedosa por el tratamiento de brujas, licántropos y la aparición de Barnabas Collins, un vampiro interpretado por Jonathan Frid y que hizo un cameo en la versión de Burton convirtiéndose en la última película en la que participó antes de morir. Desgraciadamente, Dark Shadows –como Alicia en el País de las Maravillas (2010)– está muy lejos de los aciertos de Beetle Juice, Ed Wood (1994) y El joven manos de tijera(1990), o de tener la chispa de fantasía insertada en la vida cotidiana de El gran pez. Desde Alicia…, Burton parece demasiado ansioso por demostrar que tiene una estética propia, aun cuando eso ya había quedado claro, y en esa ansia, exagera sus propios lineamientos en la imagen, los lleva más allá volviéndola sobrecargada y cansina. Sucede que por estar tan preocupado por lo visual, hace a un lado el guión.
También se ha enganchado a ciertos detalles, no todos necesariamente malos. Entre esos detalles que lo delatan se encuentra Johnny Depp que, a diferencia de las otras marcas de Burton, tiene una presencia positiva. Interpreta con la excentricidad necesaria a Barnabas Collins, un vampiro que ha tenido que vivir encerrado en un ataúd bajo tierra mientras la vida le pasa por encima, debido a los rencores de Angelique Boucher (Green), quien quería que Barnabas la tomara en serio porque lo amaba. Sus celos y su ira despertaron cuando él decidió quedarse con Josette DuPress (Bella Heathcote). Angelique resulta ser una bruja que mata a la dulce Josette y condena a Barnabas a ser un vampiro eternamente. Depp está acostumbrado a Burton, sabe cuáles son sus exigencias, sabe bien que tiene que llevar al extremo las características más raras de sus personajes, y lo hace convincentemente sin caer en lo ridículo ni en la sobreactuación.
Cuando Barnabas vuelve a la superficie, se da cuenta de que todo ha cambiado. Los Collins, antes poderosos empresarios del mundo pesquero, ahora están al borde de la ruina gracias a Angelique, quien se ha vuelto su competencia y se ha ganado al pueblo de Collinsport. La familia de Barnabas ahora se compone de Elizabeth Collins (Pfeiffer) y su hija Carolyn (Chloë Moretz, sobreactuando como nunca la hemos visto), su hermano Roger Collins (Johnny Lee Miller) y el hijo de éste, David (Gulliver McGrath), que no ha superado la muerte de su madre y dice que la ve todo el tiempo. Los aparentes delirios de David son la razón de que la Dra. Julia Hoffman (Bonham-Carter) esté en la casa; es una psicóloga que intenta ayudar al niño pero que más bien se la pasa bebiendo.
A diferencia de la presencia repetitiva pero efectiva de Depp en la filmografía de Burton, la doctora Julia Hoffman no es un personaje tan atractivo. En la serie televisiva de los años sesenta, el papel que antes fuera de Grayson Hall estaba destinado a solo durar unas cuantas semanas pero se quedó de planta porque el esposo de la actriz que la interpretaba (Sam Hall) era uno de los guionistas importantes de la serie y terminó convirtiendo al personaje en estrella. El paralelismo es notorio y curioso entre los Hall y Tim Burton con su pareja, con la diferencia de que Helena Bonham-Carter realmente no necesita ayuda para forjarse una gran carrera y hacer personajes emblemáticos en la cultura popular (nadie olvidará su papel de Bellatrix Lestrange en la saga de Harry Potter, por ejemplo) y tanto protagonismo en la película de Burton se ve forzado, especialmente porque al director se le va de las manos la historia del resto de los personajes, pero nunca la de la doctora Hoffman.
Dos de los aciertos visuales que salvan la estética de la película y ayudan a contar la historia es el diseño de vestuario y la escenografía. La decadencia del castillo de los Collins, su ropa y el ambiente, contrastan con la presencia y el look de Angelique Bouchard, que está en su mejor momento por el éxito de su empresa en Collinsport y también de su venganza contra Barnabas. Para confirmarlo viste mucho más brillante y llamativa que el resto de los Collins. Eva Green encarna bien a la desalmada bruja que lo único que deseaba era que su mirada demandante y sus movimientos elegantes fueran correspondidos. La música es otro elemento a favor del ambiente de los años setenta con la inclusión de clásicos bien elegidos por Danny Elfman (otro fetiche de Burton que sigue funcionando) como Season of the Witch deDonovan, Top of the World de The Carpenters y You’re The First, The Last, My Everything, una de las más emblemáticas canciones de Barry White.
El resto del elenco está desaprovechado. Burton quiso abarcar demasiado y el guión se va desintegrando conforme encuentra excusas para salir al paso y resolver las historias de cada uno de sus personajes. Por un momento nos hace creer que los delirios de David serían protagonistas, pero no lo son. También dispone todo para que la presencia de Victoria Winters, que llega al castillo Collins y es idéntica a la ya hace muchos años fallecida Josette, parezca relevante, pues al fin y al cabo es el motor inicial de la historia; pero Victoria termina siendo tan fantasmal como ya lo es Josette casi durante toda la película. Los conflictos adolescentes de Carolyn, que resultan no ser simples rabietas, también terminan siendo un añadido del que se acordaron en el último momento. El personaje de Johnny Lee Miller está apenas perfilado; aunque debió ser un codicioso villano, termina siendo un don nadie.
Tal vez Burton vuelva a sus raíces y a lo que más gusta de él con el stop-motion en proceso de producción de Frankenweenie, porque la historia del niño que revive a su perro y la técnica datan de sus inicios. Ahí estará presente –como en el cortometraje original de su autoría– lo inquietante, lo engañoso, la tragedia disfrazada de optimismo, ironía y humor. También se va a dar un descanso de los colores, pues esta versión será en blanco y negro.
Dark Shadows entretiene, atrapa al ojo y tiene algunos chistes rescatables. También a un Tim Burton que, de nuevo, juega audazmente con la idea de la muerte y las maldiciones no como una fatalidad insuperable ni como el fin de las cosas, sino como algo flexible, incluso divertido. Sigue siendo uno de los pocos realizadores capaces de convertir la muerte en algo gracioso sin ser mexicano, y de entregarnos personajes extravagantes con naturalidad. Sin duda es uno de los mejores, solo no está en su mejor momento.