Después de sufrir un accidente automovilístico a muy temprana edad, Gina (Blake Lively) queda parcialmente ciega, acostumbrándose a vivir entre las sombras amorfas que apenas alcanza a distinguir del mundo que la rodea y alimentándose únicamente de su imaginación para hacer de la realidad algo más bello e interesante. Años después, ya casada y con una vida hecha, construida a partir de los retazos de lo que recuerda y de espacios vacíos colmados con sus fantasías personales, es candidata a recibir un trasplante que le permitirá ver de nuevo. Sin embargo, luego de que la cirugía resulta exitosa, el mundo, su marido (Jason Clarke) y su casa se revelan de forma muy diferente a como creía que serían y su vida se desmorona lentamente: todo ha cambiado, comenzando por ella misma. La sensación de haber renacido orilla a su matrimonio a lugares insospechados y perversos.
La decepción provocada por el más reciente trabajo de Marc Forster (World War Z, 2013) es producto de una suerte de debilidad creativa que le impidió al director y coguionista de All I See Is You (Dame tus ojos, 2017) mantener la tensión que había construido durante los primeros 30 alucinantes minutos del filme. En esa primera parte, antes de que Gina sea sometida a la cirugía que le regresará la visión, Forster, acompañado del cinefotógrafo Matthias Koenigswieser (Perfect, 2018) y del editor Hughes Winborne (Crash, 2004), entrega una destacada experimentación visual, guiada por el estímulo de representar el mundo interno de Gina: su percepción fragmentada y distorsionada de la realidad, yuxtapuesta a las posibilidades de sus fantasías. No obstante, tan pronto el personaje sufre esa abrupta transformación, el filme se deteriora paulatinamente hasta convertirse en un soso y predecible thriller psicológico. Uno de los elementos a destacar es la labor de Koenigswieser, ya que como director de fotografía (quien trabaja y manipula directamente la imagen) logra trasladarnos desde lo visual a la exaltación de los otros sentidos y de otras sensaciones, como si el espectador pudiese comprender la percepción de un ciego. Lo anterior lo realiza mediante la exploración de las texturas, por ejemplo, o de la luz y del color, que al deformarse se presentan como factores que ayudan a experimentar el aislamiento sensorial de Gina. Las variaciones de la profundidad de campo, además, sugieren de manera evidente que lo que estamos viendo no es otra cosa, sino lo que Gina percibe desde su imaginación. Un ejemplo claro es cuando se encuentra nadando y, de un momento a otro, la alberca se transforma en un océano tempestuoso donde ella es la única que puede nadar con tranquilidad: su mundo imaginario es vasto e inconmensurable. Es en este punto donde lo realizado por el editor Hughes Winborne sobresale: las transiciones sutiles del mundo real al mundo de la fantasía habrían resultado torpes, quizá, en manos de alguien más. El sonido juega, por obvias razones, una función importante en esta parte del filme y está manejado de tal forma que la angustia de Gina es compartida por el espectador: no sólo estamos atentos, sino que el ruido parece invadirnos. Finalmente, cabe decir que la caída de la película es gradual: en la medida en que ella va recuperando la visión, hasta poder ver con total claridad, la película anuncia sus desperfectos, sobre todo de guión, pues, incluso, la actuación de Lively se ve menoscabada por la simpleza con la que Forster y su coguionista Sean Conway (Brilliantlover, 2010) deciden resolver (y arruinar) una historia que no estuvo a la altura de las circunstancias.
Fecha de estreno en México: 29 de marzo, 2018.
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