Es Los Ángeles. Tiene más de 40 años. Y es actriz. Hace 10 años parecía que su carrera comenzaba a despegar. Pero, ahora, Mia Rourke (Alexia Landeau) sabe que entonces estaba en el clímax más alto. Después de su divorcio, de haber sido dejada por alguien más joven, Mia envejece dando tumbos entre desprecio y desprecio, tratando de abrirse camino hacia una gloria que sabe que nunca será suya.
La directora Zoe Cassavettes impone en Días sin llamado (Day Out Of Days) un tono de cansancio de ánimo, de resignación proactiva; ilustra la “automatización del sueño”. Aunque comparta con Sofia Coppola el gusto por los detalles femeninos y por la música electrónica con cierto sentido aéreo que ambas usan para crear atmósferas, más que solo el lado mundano de Hollywood, a la también guionista (junto con la actriz protagonista) le interesa lo marginal. Más que la aburrición causada por la repetición del glamour, Cassavettes se concentra en los intentos fallidos de glamour. La cámara enfoca el desorden en una casa que buscó pero no logró el lujo y la perfección, en las calles desordenadas de Los Ángeles, que podrían ser las de muchas otras ciudades, en la especificidad de lo genérico. En una mujer que seguramente soñó, ambicionó y luchó como pocas, pero que no le alcanzó para evitar ser desechada al comenzar a envejecer. La gran catástrofe de Mia no es solo estarse alimentando de las sobras de Hollywood, sino haber llegado al punto en el que prefiere avanzar en modo automático a detenerse y aceptarse que ha vivido y alimentado un sueño que nunca fue suyo por completo.