Khaled (Sherwan Haji) es un hombre sirio que huye de la guerra. En el camino, en el corazón de Europa, le perdió la pista a su hermana, Miriam (Niroz Haji). A pesar de la tristeza y la angustia, él se siente ligeramente afortunado cuando entra ilegalmente a Finlandia, así que decide pedir asilo en Helsinki y ser reconocido como refugiado político para posteriormente obtener la residencia. Después de una serie de entrevistas, los funcionarios de inmigración determinan que Khaled sea extraditado a Turquía. Desesperado, el hombre sirio planea escaparse hasta encontrar un escondite seguro, pero en el camino se topa con Wikstrom (Sakari Kuosmanen), un viejo empresario finlandés de poca monta y gran apostador, que luego de separarse de su esposa, ingresa a un club de póker subterráneo, gana a lo grande, y luego compra un pequeño restaurante en las afueras de la ciudad. A pesar de su rostro serio y su cuerpo imponente, Wikstron es un hombre noble, preocupado por sus empleados, que decide ayudar a Khaled a establecerse en Finlandia. Sin embargo, una serie de experiencias revela rápidamente que muchos residentes locales no están dispuestos a aceptar al extranjero en su comunidad.
Aki Kaurismäki nunca ha sido un cineasta apolítico, pero en los últimos años ha estado alterando lentamente el equilibrio único entre el sentido del humor seco y la sátira social que típicamente definen su trabajo. De hecho, hasta Luces al atardecer (2006), la filmografía del cineasta finlandés se caracterizó por una dosis sustancialmente mayor de la primera; Le Havre (2011) señaló una obvia inclinación por la segunda y, ahora, con la comedia dramática El otro lado de la esperanza (Toivon tuolla puolen, 2017), abraza su posición política de diversidad y tolerancia. A pesar de manifestar su postura sobre la crisis de refugiados en Europa, Kaurismäki nunca pierde la brújula de su sentido del humor seco capaz de configurar momentos conmovedores que lo ha llevado a ser uno de los cineastas contemporáneos más reconocidos de la región de Escandinavia. El estilo del autor está completamente articulado con confianza: además de su afición por los trajes y autos retro de los años 50 y su capacidad para configurar espacios interiores tenuemente iluminados como las pinturas de Edward Hopper, Kaurismäki dirige a sus actores para que ofrezcan interpretaciones lacónicas; los personajes permanecen allí -flemáticos, reservados, inexpresivos- recitando sus líneas sin un cambio en las emociones o el lenguaje corporal. El silencio y la sutileza son los mejores amigos del cineasta y funcionan bien cuando explora sin palabras la frustración de Khaled ante el sistema de inmigración finlandés. A veces, esto genera una atmósfera apta que pinta al protagonista como un personaje más reactivo, arrastrado por la corriente, por el contexto general, hasta el tercer acto donde, por desesperación, toma posesión de su situación. La sutileza también funciona para representar sombríamente la crisis de los refugiados sin apelar a los elementos sensacionalistas. La violencia en la tierra de Khaled no se muestra en la pantalla y, en su mayor parte, sus desafíos en la película provienen de la ineptitud burocrática y la indiferencia, lo que ayuda a retratar a Finlandia como un entorno matizado para ciudadanos y refugiados. Kaurismäki evita el maniqueísmo al negarse a retratar al país como un infierno racista o como un paraíso servicial; él representa la brutalidad del rechazo, por supuesto, pero también dedica tiempo a destacar a las personas que ayudan a Khaled, aunque no de manera sentimental, sino con momentos indelebles y conmovedores de ironía trágica y comedia absurda.
Fecha de estreno en México: 9 de marzo, 2018.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional