Brandon (Chris Minor) es un estudiante universitario sumamente interesado en su clase de teología. Como proyecto final para aprobar la materia, él decide hacer una investigación sobre exorcismos. En compañía de Clay (Jake Brinn), su compañero de equipo, Brandon descubre un caso de posesión demoniaca ocurrido hace 20 años muy cerca del vecindario en el que vive. Los jóvenes acuden a la vieja casa abandonada donde aquel diabólico evento se manifestó para realizar una sesión espiritista e invocar a los viejos demonios sin pensar las fatídicas consecuencias.
Con su filme de 1973, El exorcista, William Friedkin colocó la vara muy en alto respecto al cine de exorcismos. La idea de explorar la fe cristiana como un soporte utilizado para combatir la posesión demoníaca y los fenómenos sobrenaturales que de ahí se desprenden resulta una fórmula perversa debido a que la lucha entre el bien y el mal se escenifica entre humanos, poniendo en riesgo sus ideales religiosos y sus vidas. Experimento exorcista (The Possession Experiment, 2016) carece de imaginación para ahondar en las complejidades del tema, olvidando el carácter reflexivo y apostando únicamente por confeccionar secuencias sangrientas donde ni siquiera se percibe la furia ni la venganza de los involucrados. La película, dirigida por Scott B. Hansen (Monumental, 2016), está llena de incongruencias y baches narrativos. La trama no es intrincada ni enigmática; al contrario, es artificial y simplista. El guion nunca explica –ni siquiera ofrece pistas o elementos– por qué el protagonista se aferra a ser poseído. Al no detallar cómo opera la mente de Brandon, todo se reduce a torpes y desastrosas decisiones que, acompañadas de abruptos cortes de edición, conducen inevitablemente a un caos en el peor de los sentidos.
Fecha de estreno en México: 17 de marzo, 2017.