Como si se tratara de una serie pictórica del primer arte cristiano, el filme Historia de Judas (2015) –dirigido por el cineasta franco-argelino Rabah Ameur-Zaimeche– está estructurado a partir de una serie de fabulosas viñetas que representan los episodios más significativos de la vida de Cristo, en particular los días previos al pasaje de la crucifixión. En la sorprendente escena inicial vemos al discípulo Judas (interpretado por el propio director) subir a la cima de una colina rocosa para cargar en sus hombros al nazareno, Jesús (Nabil Djedouani), que acaba de pasar 40 días ayunando en una cueva, y lo conduce de regreso a la comunidad, donde es recibido por un entusiasta grupo de niños. Posteriormente se nos presenta a este maestro judío que viaja ligero, siente los miedos y ansiedades de la gente sobre el fin de los tiempos y se niega a que su vida y sus acciones sean ignoradas, olvidadas o sepultadas. Judas, siguiendo su ejemplo, expresa su ira reprimida al destruir las mesas en el templo después de que Jesús ha criticado a quienes han profanado este espacio sagrado con sus intereses comerciales. Luego, Jesús salva la vida de Bethsabée (Marie Loustalot), una mujer acusada de adulterio y a punto de ser apedreada por una multitud. Y más tarde, su madre (Patricia Malvoison) vende sus joyas finas para comprar un perfume caro que usa para ungir el rostro y la cabeza de Jesús.
Rabah Ameur-Zaïmeche, obsesionado por los muchos misterios que giran alrededor de la historia de Jesús, no se limita a seguir la versión oficial impuesta por los dogmas, el imaginario colectivo y la tradición. En su lugar, ofrece una perspectiva tranquilizadora y contemplativa sobre la relación entre Jesús y Judas, quien, lejos de la fantasía de la traición, personifica la amistad más leal y la devoción más honesta. En esta versión, Judas está ausente incluso en los episodios clave. Comprometido con la destrucción de los pergaminos en los que un escriba ha transcrito ilegalmente las palabras del Mesías, Judas no participa en “La última cena”, escenificada como una comida frugal entre hermanos, destacando el momento íntimo cuando el hombre de Nazaret lava humildemente los pies de sus discípulos, moviéndose con amor de hombre en hombre, acunando los dedos de pies y tobillos en sus manos. Judas es un falso protagonista, porque la película continuamente se demora en presentar momentos exclusivos de la vida de Jesús. Este último es deliberadamente representado según cánones antiespectaculares, casi siempre en actitud melancólica, con el rostro medio cubierto, mientras recita frases célebres de la manera menos enfática posible. No obstante, hay otros dos personajes que ayudan a consolidar la conexión entre Jesús y Judas. El loco Carabas –interpretado excepcionalmente por el cuerpo y el rostro desconcertados de Mohamed Aroussi–, cuya demencia ya constituye un puente con lo divino, y la naturaleza misma, muy presente, construida admirablemente por el sonido y la puesta en escena del director que se inclina por el desierto y las ruinas, en lugar de una fiel reconstrucción histórica de la antigua Judea. Esta elección tiene el efecto de desafiar la narrativa religiosa habitual para convertirla en un relato universal lleno de humanidad donde la sugerencia de ciertos pasajes de la historia, conocidos por todos, basta para atraparnos. Con sobriedad, esta Historia de Judas es un eficaz retrato de un hombre, humilde y diminuto, que anhela ascender al cielo, pero se conforma con subir a la montaña no sólo para servirle a un Mesías, sino sobre todo a un amigo.
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