El diseño de producción y la recreación arquitectónica de Jojo Rabbit
Video. Detrás de cámaras de Jojo Rabbit
Durante la última etapa de la Segunda Guerra Mundial, en una Alemania nacionalsocialista al borde del colapso, donde la lealtad del pueblo al Führer sigue siendo alta y se respira un clima de conflicto mundial y orgullo nacional, Jojo (Roman Griffin Davis) -un niño de 10 años- está listo para cualquier cosa que demuestre su adhesión desapasionada a la ideología del régimen. Él se siente orgulloso de unirse a las filas de la Juventud Nazi, con su formación supervisada por el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell). El pequeño, que no tiene padre y ha perdido a su hermana mayor, encuentra consuelo en Adolf Hitler (Taika Waititi), su amigo imaginario y una especie de guía y maestro. Después de un accidente con una granada, Jojo se queda con una pierna lastimada y cicatrices faciales; esta situación lo obliga a volver a su hogar para estar bajo el cuidado de su madre, Rosie (Scarlett Johansson). Ahí, en casa, entre las paredes y los recovecos, las creencias de Jojo se ven desafiadas cuando conoce a Elsa (Tomasin McKenzie), una niña judía de 17 años que Rosie ha escondido detrás del muro de su habitación. Al principio, renuente y con temor, Jojo pronto forja una amistad con ella, reconsiderando sus ideales nazis mientras aprende más sobre la identidad, el prejuicio y la distorsión del odio ciego.
Mientras trabajaba en un flujo constante de comedias idiosincrásicas, manejando presupuestos bajos, un perfil discreto e ideas brillantes, el guionista y director neozelandés Taika Waititi (Eagle vs. Shark, 2007; Hunt for the Wilderpeople, 2016) dio un salto a la industria de Hollywood con Thor: Ragnarok (2017), que no sólo fue la mejor de las películas del rubio superhéroe, sino una de las mejores ofertas en el universo cinematográfico de Marvel en rápida expansión. Aprovechando la atención que los grandes estudios comenzaron a depositar en él, Waititi decidió confeccionar un filme a partir de una recomendación literaria que hace algunos años le hizo su madre. Jojo Rabbit (2019) -adaptación de la incómoda y sugerente El cielo enjaulado, novela de Christine Leunens- tiene el difícil desafío de ser una farsa sobre la Alemania nazi, con un Hitler inusual, un personaje irreverente y ácido, comprometido con sus ideales, pero que se dirige afable y comprensivamente a su pequeño aprendiz. Imitando las intenciones de Roberto Rossellini en Alemania, año cero (1948), la cámara del cinefotógrafo Mihai Malaimare Jr. (The Master, 2012) baja, en algunas secuencias, a la estatura de los niños, que se abren camino en un mundo brutal, profundamente enfermo, desgarrado por el conflicto, interno más que externo, donde lo imaginario y lo real se fusionan para provocar un colapso en la mente que los percibe. El tono se establece durante la secuencia de créditos iniciales, donde Jojo corre por las calles de su pueblo, ansioso por participar en el orden militar mientras suena una versión en alemán de “I Wanna Hold Your Hand”, capturando la emoción del momento y la peligrosa popularidad de Hitler. También conocemos a Hitler en la forma del amigo imaginario de Jojo, que surge de la nada para apoyar al preadolescente mientras lucha por encajar con la violenta juventud nazi, ofreciendo palabras de aliento y momentos absurdos. Además de mofarse del personaje histórico -a partir de la ridícula idea de “la superioridad de una raza”-, Waititi respeta la triste realidad de la pérdida de vidas humanas en tiempos de guerra, haciendo un trabajo genuinamente comprometido con un humanismo que hasta ahora no había desarrollado tan abiertamente, sin perder sus abrumadoras habilidades para la comedia. Jojo Rabbit no es un frenético filme bélico; el director evita las desgastadas secuencias en el campo de batalla para que el relato se desarrolle tanto como una sátira intrépida y como un drama sincero de la mayoría de edad, que combina a la perfección el humor desquiciado con el surgimiento de un primer amor. Jojo está dispuesto a trabajar para pasar de ser un fanático fascista a un auténtico miembro de la facción nazi, y en el camino se sorprende cuando es capaz de reconocer que el amor y la bondad también son las formas de salir de su existencia solitaria. Además de su encanto infantil, Davis aporta un impresionante grado de matices emocionales a su papel de Jojo y es igualado por Elsa, un gran personaje cuya naturaleza traviesa oculta su verdadero dolor. Ella es alguien que ha tenido que crecer demasiado rápido sin vivir realmente, y la comodidad de McKenzie con el papel es un testimonio más de su talento, después de su presencia en la espléndida Leave No Trace (2018) de Debra Granik. El resto del elenco también se muestra comprometido; Johansson es dulce pero melancólica y resistente, y Sam Rockwell es divertido y convincente como el desilusionado líder militar. A diferencia de las lecciones humanistas de Charles Chaplin en El gran dictador (1940), la cercanía al registro documental de los exponentes del cine italiano de la posguerra o el melodrama de La vida es bella (1997), Waititi utiliza esa poderosa herramienta que es la sátira para sazonar su historia de momentos emocionantes y exageradamente estereotipados. Todos los elementos que, sin embargo, recuerdan la verdad inherente a ellos, a esa propaganda del régimen que demonizó a las “razas inferiores”, inventando leyendas sobre sus enemigos y, por el contrario, exaltó a la “raza aria superior”, coronada de la figura mitológica, en los límites de la divinidad, del Führer. No sólo una nación alimentada por mentiras, sino un mundo entero. Esto sugiere que Jojo Rabbit no fue hecho superficialmente; es una crítica llena de sarcasmo extremadamente consciente, bien dosificada, nunca ofensiva, siempre brillante. La investigación frenética y meticulosa que condujo a la realización de la película es evidente a lo largo del relato. Hay una reconstrucción cuidadosa (mucho más que exagerada en ciertos puntos) de un momento histórico siempre visto con seriedad y solemnidad, así como repetidamente mostrado desde el punto de vista de los ganadores, los “liberadores”, que han utilizado el ideal de la bondad a su conveniencia, con su propensión a la libertad al dividir definitivamente el mundo en dos partes. El hecho de mostrar el punto de vista del perdedor, rara vez escenificado, a través de la ironía y la risa, podría hacer pensar en una menor importancia y seriedad en comparación con el otro lado, el que marcha gloriosamente en las calles, no en cadenas. Pero la fuerza de la película radica en la seriedad con la que aborda los sentimientos mediante una envoltura de comicidad que no sólo provoca risas, sino que también invita a la reflexión.
Fecha de estreno en México: 24 de enero, 2020.