A mediados de la década de 1950, un criminal analfabeto llamado Ali la Pointe (Brahim Haggiag) es arrestado en la Casba de Argel por un pequeño delito. Durante una sentencia de prisión es testigo de las atrocidades de los ocupantes franceses y, después de su liberación, está ansioso por ser parte del FLN (Frente de Liberación Nacional), un grupo que lucha por una Argelia libre. El ambicioso Ali rápidamente logra abrirse camino dentro de una organización que también está creciendo. Jean Martin, un excombatiente de la Resistencia francesa en la vida real, interpreta al teniente coronel Mathieu, un personaje complejo que lleva a su brigada de paracaidistas a “cortarle la cabeza a la serpiente” (refiriéndose específicamente a Ali la Pointe). Pero las vidas de los franceses ya no están a salvo; son eliminadas eficazmente por miembros del FLN. Además, el grupo es responsable de atentados con bombas en cafés y otros lugares públicos. En una de las secuencias más emocionantes, refinadas y espeluznantes seguimos a tres mujeres que, vestidas de francesas, llevan los artefactos explosivos en sus bolsos. Los primeros planos de las víctimas son inolvidables y la música que acompaña las acciones asegura que el espectador permanezca en el borde de su asiento y simplemente se olvide de respirar.

A pesar de obtener el prestigioso León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, La batalla de Argel (La battaglia di Algeri, 1966), del director italiano Gillo Pontecorvo, permaneció prohibida en Francia y Gran Bretaña hasta 1971. Antes y después del estreno de la película en Italia, varios políticos franceses habían expresado su preocupación por el apoyo que se le daba a la película y a la resistencia argelina, mientras que los líderes de una prominente organización de derecha habían emitido advertencias oficiales a los responsables de los cines en toda Francia para que no incluyeran la película en sus planes de estrenos si deseaban seguir en el negocio. Hoy en día, la “cuestión argelina” sigue siendo un tema delicado para muchos políticos franceses, y especialmente para los de derecha, como Jean Marie Le Pen, el fundador del popular Frente Nacional, que cree que Francia debe purgarse porque los inmigrantes -muchos de ellos procedentes de los territorios que fueron sus colonias- están cambiando su identidad europea. El filme, que narra los últimos días del dominio francés en Argelia, está basado en Souvenirs de la Bataille d’Alger, un libro de Saadi Yacef, el líder militar del FLN argelino, que fue capturado por el ejército francés en 1957 y que, mientras estaba en prisión, redactó varias de sus experiencias. La narrativa hirviente de la guerra plasmada en el filme ofrece el mismo tiempo de pantalla a cada uno de los bandos involucrados. Los soldados franceses torturan sin piedad a sus prisioneros árabes, mientras que los musulmanes que luchan por la libertad colocan bombas en lugares públicos que matan y mutilan a muchos civiles inocentes. Ambos bandos son asesinos brutales, y el filme muestra las atrocidades del colonialismo, las brutalidades de la guerra y las complejidades del choque cultural. Cuando un oficial francés tortura a un musulmán sin camisa apuntando con un soplete al abdomen del prisionero, el tono de la película se dispara con la crueldad indescriptible que se muestra.  Pontecorvo surgió durante el ‘boom’ del neorrealismo italiano de la posguerra, pero fue ante todo documentalista. Ambas cepas le sirven bien en esta magnífica obra. Su cámara está en todas partes: en las celdas de tortura de la Legión Extranjera Francesa; en las salas de reuniones de la organización de resistencia argelina; en los puestos de control; en los tejados; en los cafés cuando explotan las bombas; todo ello con un aura de realismo sofocante y sorprendente. Aunado a ello, el director eligió actores no profesionales, incluso recurrió a algunos de los líderes revolucionarios originales. El director de fotografía Marcello Gatti combina técnicas que involucran planos holandeses hasta ágiles movimientos de cámara para darle al público una sensación urgente de tensión en el momento de la crisis humana de la guerra. El sensacional uso que hace el cineasta del paisaje sonoro cambia entre los silencios atmosféricos y las señales musicales convencionales (enunciadas con fuertes motivos rítmicos) otorgando una atmósfera sonora amplificada de la realidad social y política del relato. Lo que hace que la película sea tan fascinante de contemplar es su descripción increíblemente precisa de lo que es esencialmente una organización terrorista (a modo de funcionalidad), desde su "cabeza" hasta sus células individuales. En última instancia, La batalla de Argel se siente tan relevante hoy en día, con los conflictos en los territorios palestinos, Afganistán e Irak como inquietantemente similares al que se narra en la película, como lo era hace 60 años. Todo el conocimiento canalizado a través de él refleja lo que hemos llegado a saber sobre el terrorismo organizado contemporáneo. Solo las definiciones y etiquetas que usamos son diferentes, como la corrección política dicta que deberían ser. La película es un recordatorio de que las acciones imperialistas de políticos y comandantes militares obsesionados con la codicia y el poder siempre resultarán en reacciones violentas que cobrarán la vida de civiles.

Disponible en MUBI, aquí puedes verla. 

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