Dividida en tres secciones, el segundo largometraje de Alejandro Molina (De día y de noche, 2010), Los presentes, relata la historia de Ana (Camila Selser, Marianna Burelli), una actriz que se prepara para interpretar a Ofelia en una nueva adaptación de la obra Hamlet, pero que, con el transcurso de los ensayos se ve, más bien, poseída por el espíritu trastornado del personaje al que pretende dar vida. Este desdoblamiento la orilla al borde de la locura, a confundir la realidad con la ficción, la verdad con la mentira e, inevitablemente, a ponerse en riesgo a sí misma y a sus seres más queridos.     

Construido alrededor de referencias literarias, mitológicas y cinematográficas, el filme permanece en las superficialidades de los temas que pretende abordar. Si bien la mancuerna generada entre el director y el cinefotógrafo Nassif González (Josefina, 2015) ofrece resultados sobresalientes (debido a que, sin tomar muchos riesgos, logran salir de los convencionalismos para ofrecer una experiencia visual que resulta, por momentos, poética, gracias a la composición, la paleta de colores y el juego de espejos), la debilidad del guión, escrito por Molina y Enrique Cano (De día y de noche, 2010), demerita el trabajo de imagen y aplana la calidad de las actuaciones. En ocasiones, pareciera que el guión fue concebido rápidamente y a modo de mera excusa para realizar una obra interesada únicamente en las exploraciones visuales. Esto último se manifiesta de diversos modos: es común en las artes mexicanas, al menos desde principios del siglo XX (véase la obra crítica de Jorge Cuesta al respecto), encontrar una suerte de necedad por colocar las raíces mexicanas en diálogo con la mal llamada “alta cultura europea”, como si el artista mexicano sintiera una obligación (casi moral) de legitimar la importancia de la mexicanidad. En el caso de Los presentes, no sólo nos encontramos con referencias a la literatura universal (Shakespeare, Heiner Müller) ni al cine, mediante recursos estilísticos para, por ejemplo, representar los trastornos de personalidad y la locura (Luis Buñuel), sino también con referencias a los mitos aztecas: el filme dialoga y convive directamente, no sólo con las adaptaciones de Hamlet, sino con la leyenda del Popocatépetl y del Iztaccihuatl. Desde el inicio, dicha leyenda se maneja como subtexto de la narrativa que se nos presenta y, más allá de que la relación entre la historia de Ana y la leyenda está forzada a existir, la mezcla mal conjugada de referencias confunde y pierde al espectador. En pocas palabras, la introducción de la leyenda pudo fácilmente omitirse sin afectar al filme, pues ni siquiera aporta algo más al plano simbólico de la obra que, por su parte, está muy bien cimentado gracias el aparato visual. En segundo lugar, los diálogos adolecen de una falsa intelectualidad resumida en preguntas realizadas por los personajes y en una especie de reflexión aforística que no llevan a ninguna parte ni provocan conflictos sustanciales en la trama; al contrario, solamente provocan que los personajes se perciban falsos. De manera que cuando la narración visual nos engancha, las palabras nos dejan ir. Por último, los mismos personajes sufren de la superficialidad del texto porque no alcanzan a desarrollarse, el guión no explora suficientemente su vida ni su situación, razón por la que las aptitudes de los actores están limitadas.

Fecha de estreno en México: 12 de enero, 2018.

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