Paz (Fernanda Castillo) es una apacible y noble mujer de 36 años que padece fuertes dolores en el pecho debido a la sofocante rutina en la que está inmersa desde hace algunos años. No puede descansar debido a las desenfrenadas y ruidosas fiestas de su vecino; su marido –un pintor holgazán y embustero– no es capaz de comprar la despensa, pagar el gas o llevar a su rebelde hijo adolescente a la escuela, por lo que ella se ve obligada a hacer un espacio en su apretada agenda laboral para cumplir con esas tareas. De camino al trabajo, Paz debe lidiar con la torpeza, agresividad e indecencia de los automovilistas, sólo para llegar a su oficina y percatarse que ya no tiene lugar de estacionamiento. Peor aún, su jefe (Mariano Palacios), que encabeza una empresa de marketing digital, anuncia que Paz tiene una nueva colaboradora, Mila (Carmen Aub), una blogger con nuevas y ‘frescas’ propuestas. Al sentirse desplazada de su trabajo, de su familia y de una salvaje urbe –en la que ni su mejor amiga (Sofía Niño de Rivera) ni su psiquiatra (Eugenio Bartilotti) le prestan atención–, Paz decide asistir con un brujo (Roberto Sosa) para que le haga una limpia. A partir de esa misteriosa y extravagante sesión, ella comienza a comportarse de manera más audaz, enfrentando a todo aquel que se le pone en frente, incluyendo su esposo, su jefe y su hermana (Mara Escalante). Sus dolores en el pecho comienzan a desaparecer, pero pronto comprende que la verdad puede herir a los demás. 

Una mujer sin filtro (2018) –remake de un filme chileno que fue un éxito en taquilla en aquel país sudamericano en 2016– es una comedia irregular, más preocupada por forzar las risas de la audiencia que por profundizar en los temas que alude o intenta abordar. El director Luis Eduardo Reyes (Que pena tu vida, 2016) recurre a tomas aéreas con drones, planos cenitales del tráfico vehicular de la Ciudad de México, un desinhibido ‘product placement’ y la recuperación de las formas visuales de los mensajes de WhatsApp como insertos –planos que se intercala en medio de otros dos planos– para disfrazar varias fallas en el montaje y otorgarle cierta cadencia al desarrollo de la trama. Aunque todas las situaciones y los personajes que rodean a Paz son dispositivos –pocas veces divertidos; casi siempre ridículos e inverosímiles– colocados mañosamente para sentir empatía por la protagonista, Fernanda Castillo conduce su personaje con una tierna dosis de humildad y compromiso. La actriz logra encapsular en cada mirada y gesto la desorientación y depresión de Paz cuando todo le sale mal y se encuentra superada en cada peldaño de su vida. Sin embargo, nunca la vemos en un momento de plena reflexión; ella nunca ejecuta un verdadero ejercicio de introspección en el que se cuestione todos y cada uno de los aspectos que la mantienen estancada. Hacia el final del primer acto, la premisa se desperdicia debido a las obsesivas intenciones de los creadores por sólo provocar risas en el público. A partir de la introducción del brujo, los cimientos de esta comedia comienzan a colapsar con muy pocas posibilidades de salvarse. El proceso de la pérdida de filtros se desarrolla de manera muy rápida en una serie de situaciones en las que el personaje protagónico está rodeado de estereotipos –distorsionados y exacerbados– y, por supuesto, siempre saldrá vencedora. Una vez que Paz enfrenta los problemas con seguridad e ímpetu, diciéndole sus verdades a todo mundo, Castillo también se transforma. El registro sutil de la primera parte se convierte en una serie de gesticulaciones histéricas y ademanes acartonados; entonces, esta metamorfosis caricaturesca permite que brote una serie de gags físicos simplones que incluyen insultos, golpes y hasta el incendio del coche del vecino –una de las escenas más lamentables del filme, no sólo por sus pésimos efectos especiales, sino por los movimientos tan mecánicos y forzados con los que Castillo ejecuta su mayor obra de ‘maldad’–. El decir las cosas “sin pelos en la lengua” le acarrea problemas a Paz, pero, mediante la estrategia más fácil y simplona, el chantaje emocional ejecutado por su hermana (en una serie de escenas que incluyen a un gatito, que provocará suspiros en los amantes de los animales), ella se arrepiente de ciertas actitudes y comportamientos –y de paso, le lanza un discurso aleccionador al espectador. 

Fecha de estreno en México: 12 de enero, 2018.

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